La victoria electoral del panameñista Juan C. Varela fue, sin duda, el
hecho más importante del torneo celebrado en Panamá. La derrota del
candidato oficial, José Domingo Arias, fue recibida con alivio,
especialmente por sectores del gran capital panameño. No tanto por lo
que representaba el aspirante sino por lo que consideraban un intento
del presidente saliente, Ricardo Martinelli, para quedarse en el poder. A
su vez, Juan C. Navarro llevó su nave partidista – el Partido
Revolucionario Democrático (PRD) - a una estrepitosa derrota,
inesperada por los observadores políticos.
Los resultados, en otras palabras, no cuadraban con los análisis realizados con anterioridad a las elecciones. ¿A qué podría deberse esta confusión generalizada? En primer lugar, los analistas depositaron su ‘fe’ en las encuestas. Todas fallaron en sus pronósticos. Este fracaso puede deberse a dos causas. Por un lado, las muestras con las cuales trabajaban las empresas encuestadoras se desdibujaron y se alejaron de una distribución correcta de la población. Por el otro, el instrumento estadístico podría haber sufrido alteraciones para que arrojara resultados favorables para algún candidato en particular.
Otra explicación para entender los sorpresivos resultados de la elección presidencial puede asociarse con la idea de que los electores panameños siempre pasan factura a sus gobernantes y emiten el ‘voto castigo’. En este caso, el desfavorecido fue el abanderado oficialista. El presidente Martinelli arremetió contra el pueblo panameño por ser “desagradecido”. Agregó que espera que ‘dios los coja confesados’ cuando su sucesor tome posesión. Pero, ¿por qué votó el pueblo por un candidato de un partido político relativamente débil? ¿Por qué no voto por el Partido Revolucionario Democrático (PRD), fundado por el general Torrijos hace 35 años? El PRD tiene casi 600 mil adherentes y sólo sacó 510 mil votos en esta contienda. ¿Por qué votaron los perredistas por el candidato del Partido Panameñista, Juan C. Varela? Todo indica que el ‘voto castigo’ fue dirigido tanto al presidente Martinelli como al candidato del PRD, Juan C. Navarro.
Antes de continuar con el análisis del ganador y de los grandes perdedores, hay que señalar que la campaña electoral de 2014 presenció por primera vez en 30 años (desde 1984) la postulación de candidatos de la izquierda panameña. El candidato independiente, Juan Jované, quien logró introducir los problemas del país en los debates presidenciales, obtuvo algo menos del uno por ciento de los votos. A su vez, el candidato del Frente Amplio por la Democracia (FAD), Genaro López, no obtuvo los votos esperados.
Jované desarrolló su campaña sin apoyo financiero, pero logró calar en sectores importantes de la sociedad panameña. Su discurso se dirigió a las causas de los problemas que tiene el país y que el pueblo está sufriendo. Denunció el saqueo de las arcas fiscales por la oligarquía financiera, que apoya economicamente a los tres partidos mayoritarios del país. Prometió poner fin a la corrupción que está llevando al país al borde del colapso tanto moral como material. También señaló que la única manera de rescatar de la bancarrota a los sectores productivos de la economía – el agro y la industria – era denunciando y saliéndose del Tratado de Libre Comercio con EEUU. Su campaña hizo énfasis en el estado ruinoso en que se encuentran los programas educativos y de salud del país. Las escuelas están literalmente colapsadas y los centros de salud no cuentan con equipos o materiales de trabajo.
Genaro López, dirigente obrero de la construcción, obtuvo muchos menos votos de los esperados. Se calculaba que capturaría por lo menos el 4 por ciento del electorado, para poder consolidar el partido FAD y elegir por lo menos un diputado a la Asamblea Nacional. Es probable que el discurso que buscó un equilibrio en sus propuestas terminó perjudicando las aspiraciones electorales de López.
Siguiendo los ejemplos de Lula,
Sánchez Cerén y Mojica no se pronunció abiertamente de izquierda y
partidario de cambios radicales. Quienes podrían haber votado por una
alternativa, prefirieron inclinarse a favor del ‘voto castigo’. Había
que asegurar que Martinelli no regresara a la Presidencia, sobre las
espaldas de su pupilo o de la mano de su señora, candidata a la
Vice-presidencia.
El presidente electo Varela, tiene una política muy parecida si no idéntica a la de Martinelli. Contrasta, sin embargo, el estilo que hasta ahora ha presentado al país. Pero Varela está sujeto a las políticas que emanan de EEUU en materia económica, social y militar. Incluso, su militancia en el Opus Dei, una orden conservadora de la Iglesia católica, es bien vista por Washington.
En su primera conferencia de prensa la noche de su elección, no perdió el tiempo para intrometerse en los asuntos internos de Venezuela repitiendo la propaganda de la Casa Blanca contra el gobierno del presidente Maduro. Durante su campaña no se refirió a los problemas del Canal de Panamá, a la creciente militarización extranjera del país, ni a la crisis del agro. En cambio, destacó su compromiso de reducir el costo de la canasta básica, poner fin a la corrupción y desarrollar proyectos de vivienda social.
Jované declaró – en la noche en que se anunció la victoria de Varela - que el Movimiento Independiente por la Refundación Nacional (MIREN) se convertirá en la ‘conciencia social’ del país para exigir que el nuevo presidente (2014-2019) cumpla con todas sus promesas.
El partido del presidente electo también ganó, por un estrecho margen, la Alcaldía de la ciudad de Panamá. Es el segundo cargo de elección popular más importante del país. Sin embargo, Varela contará con una bancada legislativa minoritaria de sólo 12 diputados de un total de 71. Además, estará en minoría en los consejos municipales del país. La figura de Varela ganó las elecciones presidenciales pero su partido quedó relegado a un papel secundario en el resto de las instancias gubernamentales.
En la Asamblea de Diputados el partido de Martinelli, Cambio Democrático, ganó una mayoría relativa con casi 30 diputados. El PRD obtuvo 23 curules. Se especula que el PRD hará una alianza con el Partido Panameñista (Varela) para impulsar una agenda legislativa en el período 2014-2019. Tampoco se puede descartar que el próximo gobierno negocie con Martinelli y sus 30 diputados.
El PRD mostró su fortaleza en los 75 municipios del país donde ganó la gran mayoría de los concejos municipales. El partido fundado por el general Torrijos cuenta con una amplia base, bien estructurada y con capacidad de movilización. Esa organización, sin embargo, rechazó a los candidatos a diputado y a Presidente de la República de su propio partido. A pesar de tener 570 mil miembros inscritos en todo el país, el candidato a presidente sólo saco 510 mil votos.
El triunfo de Varela es el resultado de la simpatía que su figura despertó en los sectores menos organizados de la clase trabajadora, así como en las provincias agropecuarias. El 50 por ciento de la población trabajadora panameña es informal. Martinelli hizo una campaña basada en promesas, regalos y efectivo para ese sector, el menos protegido de la población. El pueblo panameño lo rechazó y respondió con el “voto castigo”. El PRD también fue castigado por ser el arquitecto de las políticas neoliberales (durante la gestión de Pérez Balladares, 1994-1999) que han causado una crisis en la mayoría de las familias panameñas cuyos jefes han perdido sus empleos y sobreviven en la informalidad. Los jóvenes panameños que no encuentran un empleo decente también castigaron con su voto a Martinelli y al PRD.
Si Varela quiere hacer un gobierno que logre movilizar a la población
panameña, tiene que enfocar su atención en el problema clave del país:
La falta de empleo decente y productivo disponible para la juventud.
Para ello tiene que modificar sustancialmente los programas neoliberales
aplicados por los últimos cuatro gobiernos (20 años). Los programas de
dádivas son concebidos para emergencias coyunturales. Sin embargo,
Varela ve estos programas como los pilares de su gobierno. Tendrá que
modificar esa visión y desarrollar una política nueva en que los jóvenes
panameños, trabajando, produciendo y estudiando, se conviertan en los
pilares de su gestión gubernamental.
No es un secreto que los tres candidatos que presentaron los partidos tradicionales para la Presidencia responden a los intereses de los grandes capitales del país y de EEUU. Varela no fue la excepción. Ya insinuó que nombrará como director de la Caja de Seguro Social (con un presupuesto que se acerca a los dos mil millones de dólares) a un empresario quien afirmó recientemente que la institución tiene que adoptar el programa de cuentas individuales. Cualquier alternativa, agregó, sería ‘inmoral.
Como ministro de la Presidencia y coordinador
de la transición de la administración gubernamental, nombró a un abogado
conservador con fuertes vínculos con empresas monopolistas de EEUU. El
gran capital panameño fue el que celebró más la derrota electoral de
Martinelli y el triunfo de un candidato de la oposición tradicional.
Ahora les tocará negociar con Varela. Entre los presidentes saliente y
electo hay grandes diferencias de personalidad y de estilo. Pero ambos
son empresarios y responden, básicamente, a los mismos intereses de la
clase que ha gobernado a Panamá en los últimos dos siglos, con algunas
pocas excepciones.
Los gobiernos que ha tenido Panamá desde que comenzó el ciclo posterior a la invasión militar norteamericana de 1989 han tenido una política social represiva. Esta política se destaca, sobre todo, en las políticas laborales. Por un lado, ha deprimido los salarios para favorecer las ganancias de los empresarios. Por el otro, ha desarticulado sistemáticamente las organizaciones sindicales de los trabajadores. En el campo, ha destruido los asentamientos campesinos, las cooperativas y a los pequeños y medianos productores. En los centros educativos acabó con las organizaciones estudiantiles e, incluso, modificó los textos escolares de historia y ciencias sociales para favorecer a las figuras individuales de la clase dominante.
La política represiva de los últimos gobiernos no será alterada por
Varela. Sólo queda por ver con qué fuerza pretende suprimir los
movimientos sociales que luchan por los de derechos de los trabajadores,
campesinos, indígenas, jóvenes y mujeres del país. Los trabajadores
exigen mejores condiciones de trabajo y salarios más justos. Varela
parece no tener un plan para enfrentar estas demandas.
Igualmente, en el campo, Varela ha señalado que no pretende introducir cambios a las actuales políticas que están arrasando con los productores. Los pueblos indígenas que están luchando para conservar sus tierras, tampoco han recibido señales del próximo gobernante.
En las alianzas políticas que se avecinan, Varela buscará la forma de sumar a su gobierno a los sectores empresariales. Todo indica que no tiene en sus planes incorporar figuras de la oposición tradicional que promuevan programas sociales y económicos que puedan beneficiar a los sectores populares.
Varela llegó a la Presidencia tras un triunfo sorpresivo en las urnas.
Es improbable que su trayectoria política se altere y le dé otra
sorpresa al pais impulsando políticas que beneficien al pueblo panameño.