miércoles, 15 de octubre de 2014

¿Por qué ganó Evo?

Atilio A. Boron
Alainet


La aplastante victoria de Evo Morales tiene una explicación muy sencilla: ganó porque su gobierno ha sido, sin duda alguna, el mejor de la convulsionada historia de Bolivia. “Mejor” quiere decir, por supuesto, que hizo realidad la gran promesa, tantas veces incumplida, de toda democracia: garantizar el bienestar material y espiritual de las grandes mayorías nacionales, de esa heterogénea masa plebeya oprimida, explotada y humillada por siglos. No se exagera un ápice si se dice que Evo es el parteaguas de la historia boliviana: hay una Bolivia antes de su gobierno y otra, distinta y mejor, a partir de su llegada al Palacio Quemado. Esta nueva Bolivia, cristalizada en el Estado Plurinacional, enterró definitivamente a la otra: colonial, racista, elitista que nada ni nadie podrá resucitar.

Un error frecuente es atribuir esta verdadera proeza histórica a la buena fortuna económica que se habría derramado sobre Bolivia a partir de los “vientos de cola” de la economía mundial, ignorando que poco después del ascenso de Evo al gobierno aquella entraría en un ciclo recesivo del cual todavía hoy no ha salido. Sin duda que su gobierno ha hecho un acertado manejo de la política económica, pero lo que a nuestro juicio es esencial para explicar su extraordinario liderazgo ha sido el hecho de que con Evo se desencadena una verdadera revolución política y social cuyo signo más sobresaliente es la instauración, por primera vez en la historia boliviana, de un gobierno de los movimientos sociales. El MAS no es un partido en sentido estricto sino una gran coalición de organizaciones populares de diverso tipo que a lo largo de estos años se fue ampliando hasta incorporar a su hegemonía a sectores “clasemedieros” que en el pasado se habían opuesto fervorosamente al líder cocalero. Por eso no sorprende que en el proceso revolucionario boliviano (recordar que la revolución siempre es un proceso, jamás un acto) se hayan puesto de manifiesto numerosas contradicciones que Álvaro García Linera, el compañero de fórmula de Evo, las interpretara como las tensiones creativas propias de toda revolución.

Ninguna está exenta de contradicciones, como todo lo que vive; pero lo que distingue la gestión de Evo fue el hecho de que las fue resolviendo correctamente, fortaleciendo al bloque popular y reafirmando su predominio en el ámbito del Estado. Un presidente que cuando se equivocó -por ejemplo durante el “gasolinazo” de Diciembre del 2010- admitió su error y tras escuchar la voz de las organizaciones populares anuló el aumento de los combustibles decretado pocos días antes. Esa infrecuente sensibilidad para oír la voz del pueblo y responder en consecuencia es lo que explica que Evo haya conseguido lo que Lula y Dilma no lograron: transformar su mayoría electoral en hegemonía política, esto es, en capacidad para forjar un nuevo bloque histórico y construir alianzas cada vez más amplias pero siempre bajo la dirección del pueblo organizado en los movimientos sociales.

Obviamente que lo anterior no podría haberse sustentado tan sólo en la habilidad política de Evo o en la fascinación de un relato que exaltase la epopeya de los pueblos originarios. Sin un adecuado anclaje en la vida material todo aquello se habría desvanecido sin dejar rastros. Pero se combinó con muy significativos logros económicos que le aportaron las condiciones necesarias para construir la hegemonía política que hoy hizo posible su arrolladora victoria. El PIB pasó de 9.525 millones de dólares en 2005 a 30.381 en 2013, y el PIB per Cápita saltó de 1.010 a 2.757 dólares entre esos mismos años. La clave de este crecimiento -¡y de esta distribución!- sin precedentes en la historia boliviana se encuentra en la nacionalización de los hidrocarburos. Si en el pasado el reparto de la renta gasífera y petrolera dejaba en manos de las transnacionales el 82 % de lo producido mientras que el Estado captaba apenas el 18 % restante, con Evo esa relación se invirtió y ahora la parte del león queda en manos del fisco. No sorprende por lo tanto que un país que tenía déficits crónicos en las cuentas fiscales haya terminado el año 2013 con 14.430 millones de dólares en reservas internacionales (contra los 1.714 millones que disponía en 2005). Para calibrar el significado de esta cifra basta decir que las mismas equivalen al 47 % del PIB, de lejos el porcentaje más alto de América Latina. En línea con todo lo anterior la extrema pobreza bajó del 39 % en el 2005 al 18 % en 2013, y existe la meta de erradicarla por completo para el año 2025.

Con el resultado de ayer Evo continuará en el Palacio Quemado hasta el 2020, momento en que su proyecto refundacional habrá pasado el punto de no retorno. Queda por ver si retiene la mayoría de los dos tercios en el Congreso, lo que haría posible aprobar una reforma constitucional que le abriría la posibilidad de una re-elección indefinida. Ante esto no faltarán quienes pongan el grito en el cielo acusando al presidente boliviano de dictador o de pretender perpetuarse en el poder. Voces hipócritas y falsamente democráticas que jamás manifestaron esa preocupación por los 16 años de gestión de Helmut Kohl en Alemania, o los 14 del lobista de las transnacionales españolas, Felipe González. Lo que en Europa es una virtud, prueba inapelable de previsibilidad o estabilidad política, en el caso de Bolivia se convierte en un vicio intolerable que desnuda la supuesta esencia despótica del proyecto del MAS. Nada nuevo: hay una moral para los europeos y otra para los indios. Así de simple.

Atilio A. Boron, Investigador Superior del Conicet y Director del PLED (Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales).

La mente criminal del corrupto.

Geraldine Emiliani

Pareciera que ser corrupto en mi país tiene sus beneficios. Piensan, actúan y hasta caminan con el más descaro y cinismo, dejando huellas cubiertas del lodo de la infamia, cual ladrón que solo sabe ocultarse bajo las sombras de la estrechez mental, de la insolencia y la ruindad. Si se les comprueba su acto de corrupción, salen a la luz pública a defenderse con argumentos cuyo único propósito es el de tratar de entorpecer la justicia con falsos testimonios donde la mentira está a flor piel. Otros simplemente salen a huir buscando refugio en otros lares sin que nada ni nadie los atrape. Qué les importa con sus hijos y familia. Son narcisistas, con un ego tan enfermizo difícil de hacerles ver su sin razón. Así nacieron, así crecieron y así han de conducirse ante una sociedad que parece promover la más siniestra impunidad.

Los hombres nacen buenos, pero hay quienes también nacen con el chip de la corrupción, cual circuito integrado, implantado en una mente perniciosa logrando imponerse a pesar del rechazo  de los defensores de la honestidad y honradez. Ocupan cargos importantes en el engranaje público, única manera de conseguir lo que nunca han tenido, el dinero que nunca alcanzarán haciendo el bien, con su propio esfuerzo, sin robarle un centavo a nadie.

Para ser corrupto tan solo se requiere una mente criminal, esa que va acabando con la calidad de vida de una población inmersa en el aumento de los costos de sus necesidades apremiantes. Esa mente criminal entregada al poder, para negociar puestecitos y  sacar sus propias ganancias. Esa mente criminal, heredada de tiempos atrás, conducta aprendida y subvencionada, protegida y sostenida por siempre y para siempre. Mentes criminales que no les ha de importar si ante la sociedad se les cuestiona, se les recrimina, se les censura. Esa mente criminal que dice “no te metas en mi vida” pero, ellos sí tienen la osadía de meterse con la vida de un pueblo desprotegido.

El corrupto es indolente. No se afecta o conmueve ante el dolor de la pobreza y cuya única actitud se concentra en su propia existencia, ocupado en lograr sus objetivos sin “ver para el otro lado”; son arribistas y perjudican a otros, para ellos es “subir” o “ascender” a costa del sufrimiento ajeno. Es la ley que rige sus vidas. Son fríos y calculadores, insensibles y displicentes. Egoístas por naturaleza, inescrupulosos, y superficiales. Esto le permite no sentir remordimientos, responsabilidades ni consideraciones con los desposeídos, a ese que le cuesta “salir de abajo” por su resignación y aceptación forzosa de su ruinosa realidad.

Al corrupto fácilmente se le puede diagnosticar con un trastorno antisocial de la personalidad que se le atribuye a menudo a asesinos y personas de perfil extremadamente violento. Jon Ronson, periodista británico, en su libro ¿Es usted un psicópata?, explica que hay mucha más psicopatía entre los empresarios, políticos, y líderes mundiales, que en el resto de la población. De allí, la importancia de saber cómo detectar y cómo evitar ser víctima de estas personas. Ronson, describe al psicópata como alguien que no tiene remordimientos, no siente empatía, no se siente avergonzado y, no tiene ninguna razón para ser buena persona y, que en las áreas de alta responsabilidad hay muchas personas que cumplen con este perfil.

Son psicópatas de cuello blanco que buscan el éxito para controlar y aterrorizar en un ambiente de alta competitividad y de lucha descarnada por los puestos de poder, a través de la “charlatanería o encanto superficial”, del “concepto elevado de la propia valía”, de las “mentiras patológicas”, de “ausencia de sentimiento de culpa” o, la “incapacidad para aceptar la responsabilidad de sus propios actos”. De hecho, las características de un psicópata coinciden con las prácticas de algunos personajes públicos que han saltado a la fama por escándalos de corrupción y abuso de poder, que además no han mostrado arrepentimientos después de haber sido declarados culpables. En ellos no hay logros ni capacidad intelectual. Viven fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza. Creen que son "únicos" y que sólo pueden relacionarse con personas de alto status. No se le discrimina, más bien se le acepta en una sociedad que valora a la persona por sus lujos y excentricidades. Lo peor de todo, es que, para el corrupto de mi país, no hay cárcel.

Geraldine Emiliani
Psicóloga Clínica

jueves, 9 de octubre de 2014

José Renán Esquivel.

Marco A. Gandásegui (hijo)

Hay un nombre que sobresale en la historia de la salud en Panamá del siglo XX. Se trata de José Renán Esquivel. Pediatra consagrado, humanista y, sobre todo, ambientalista. Reconoció la relación íntima entre la especie humana y la naturaleza. Entendió que el progreso de la ciencia biológica no era suficiente para garantizar la salud de la población. El secreto que encierra la salud pública está en la relación entre el ‘progreso’ de la ciencia (natural y social) y la organización de las comunidades, las sociedades y las naciones

La Asamblea de Diputados acaba de aprobar una ley que le da el nombre de José Renán Esquivel al Hospital del Niño. Es un honor que se merece tan noble institución creada hace más de 60 años. Esquivel se encargó de su dirección a finales de la década de 1950 y comenzó una carrera que revolucionó la salud panameña. Su lema fue “Salud igual para todos”. Lo esencial de la propuesta de Esquivel es que sólo la organización de la gente puede garantizar la producción de la salud. La salud no es magia y, mucho menos, una pastilla. La salud son las comunidades organizadas para adquirir los conocimientos que les permite elevar su calidad de vida y enfrentar con éxito todas las amenazas a su bienestar.
 
El doctor Esquivel llegó al gabinete del general Omar Torrijos en 1969. Inmediatamente se dio la tarea de crear y organizar el Ministerio de Salud. Era otro Ministerio muy distinto a los que existían en otros países. La entidad gubernamental que organizó Esquivel le interesaba tener la mejor infraestructura, los médicos y para-médicos de excelencia y la medicina de punta. Pero, sobre todo, reconoció que la salud no estaba en un hospital, estaba en cada hogar panameño. También señaló que la comunidad organizada era el contexto que necesitaba el equipo médico para realizar su mejor trabajo. A su vez, la medicina es inútil si no existe una sociedad productiva.
 
Como consecuencia envió a todos los equipos médicos a trabajar en las comunidades: En el campo y en las ciudades. Lo novedoso de la nueva metodología no era sólo que todos se iban a ‘empapar’ de pueblo. La misión del Ministerio de Salud, de un extremo al otro del país, era empoderar a las comunidades. El conocimiento no podía quedar encerrado en el hospital o en un laboratorio. Tenía que ser traspasado a las comunidades organizadas. ¿Cuál era el problema de salud de los panameños en 1970? El hambre, la desnutrición, las enfermedades gastro-intestinales y respiratorias
 
Todo el equipo de salud se puso a trabajar en las comunidades para pasarle a su gente organizada el conocimiento para combatir el hambre y sus ‘daños colaterales’. Había que producir alimentos, había que beber agua potable, había que respirar aire puro. La comunidad necesitaba una herramienta para que su organización fuera reconocida. Esquivel creó los Comités de Salud. Pero no como una instancia para recoger dinero en la clínica. Esquivel convirtió el Comité de Salud en el arma comunitaria para producir salud. El Comité de Salud tenía que producir alimentos, construir acueductos rurales, viviendas y, sobre todo, una organización que revolucionara el estilo de vida de cada comunidad.
 
En la actualidad, hay sociólogos que hablan de ‘investigación participativa’ para empoderar a las comunidades. Se quedan cortos, sin embargo, al concebir el poder de las comunidades reducido al consumo. Para Esquivel, la comunidad tenía que tener la capacidad para tomar sus propias decisiones, elevar sus intereses al más alto nivel político. Este proceso implicaba una lucha permanente contra todos los obstáculos que enfrentaba la gente y sus organizaciones.
 
Las nociones de organización, producción y poder que promovía Esquivel desde el Ministerio de Salud lo convirtieron en anatema de todos los intereses que veían al pueblo como el enemigo. En 1973, apenas tres años después de crear el Ministerio de Salud, Esquivel se separó del cargo. Las comunidades ya habían entendido que sólo mediante la organización podían producir salud y comenzar a construir el país que anhelaban.
 
Desde entonces los intereses egoístas han tratado de borrar las enseñanzas de Esquivel, comenzando por el lema de ‘Salud  igual para todos’. Pero no han podido eliminar la relación íntima entre organización y salud, producción y salud, así como de poder y salud. El legado del doctor Esquivel sigue vigente y el pueblo panameño lo volverá a levantar en el siglo XXI.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Luis Chen González: Contralor.

M. A. Gandazegui.

¿Por qué Luis Chen González es el mejor candidato para ser contralor general de la República? Hay varias razones. Veamos las más importantes: Es la persona mejor preparada para el cargo. Además, su trayectoria es limpia y de probada honestidad. En tercer lugar, es un hombre público con una vocación política puesta al servicio del país. Su integridad lo ha convertido en una persona abierta al diálogo con todos los sectores, sin claudicar sus principios. Ha demostrado a lo largo de su vida que trabaja mejor formando parte de equipos con responsabilidades bien definidas. 
La candidatura de Chen no responde a componendas, alianzas accidentales y menos a las triquiñuelas de los políticos que tienen objetivos ajenos a los intereses del país. Cuando su nombre fue mencionado de una vez se prendió en las redes virtuales. La gran mayoría de quienes simpatizan con su postura no lo conocen personalmente pero saben que está comprometido con los mejores valores de la sociedad panameña.
Chen tiene preferencias políticas. Se compromete con los movimientos que considera honestos y al servicio del futuro de la nación. En la década de 1980 fue un joven dirigente del PAPO, liderado por Carlos Iván Zúñiga. En la década de 1990 fundó el Frente Panamá Soberana (FPS) junto con Humberto Ricord y otros. El FPS contribuyó a detener la iniciativa de crear en la antigua Zona del Canal el infame Centro Multilateral Antidrogas (CMA). Posteriormente, Chen trabajó con la candidatura independiente a la Presidencia de la República de Juan Jované. En su trayectoria política siempre demostró su capacidad para criticar duramente lo que consideraba incorrecto o equivocado.
La corrupción en Panamá pareciera un mal endémico. Desde el paseo de Amador Guerrero (primer presidente de la República) a Europa a expensas del erario público en 1906, pasando por todos los gobiernos, hasta el más reciente que vio al presidente Ricardo Martinelli gastar miles de millones de dólares sin control alguno. 
Todo indica que el sistema está hecho para beneficiar a los sectores más ricos. Durante muchos gobiernos del pasado, los ricos se ponían límites y montaban un sistema de controles. En los últimos lustros, los políticos han desmontado bloque tras bloque para acabar con los impedimentos que evitaba, en parte, el asalto al erario. Los subsidios a los empresarios suman varios miles de millones al año. Los ricos pagan menos impuestos que los trabajadores. Además, el impuesto al consumo golpea a los pobres mientras que acaricia a los ricos.
Las leyes están hechas para beneficiar a los ricos. En años más recientes la situación se ha puesto aún más difícil. Los operativos ilegales de asalto al tesoro nacional se hacen a la luz pública. Muchos de los robos al erario se publican con detalles en los medios de comunicación. El Ministerio Público no actúa. La Asamblea de Diputados se entretiene atendiendo misiones de las islas Malvinas. Quizás el peor ejemplo lo ha dado la Contraloría General de la República. En el último quinquenio se auto limitó a la fiscalización de los gastos públicos ex post facto. (Después de los hechos). El control previo desapareció y los gobernantes dieron rienda suelta a sus proyectos que ‘llovían de corrupción’. Los sobre costos, las adendas y toda clase de irregularidades se convirtieron en la norma. 
En la actualidad, el país exige un alto a los atropellos (del gobierno y de la oposición). El partido del ex presidente Martinelli quiere un candidato para la contraloría del PRD que lo proteja. El PRD quiere ‘atornillar’ a su candidato para obtener más prebendas. El Partido del gobernante propone a un amigo que también es del PRD. Si ese triángulo nefasto se sostiene, no salimos del círculo dantesco en que se encuentran los fondos de todos los panameños.
La elección de Chen a la Contraloría le daría un golpe certero a la corrupción y al saqueo de los tesoros nacionales. Sólo se puede pensar en Chen como contralor si las contradicciones entre las fracciones de los sectores dominantes se agudizan. Si la dirección actual del PRD se da cuenta que no está en sus mejores intereses (no piensan en el país) pactar con Martinelli.  El ex mandatario no sólo quiere hundir al gobierno, quiere eliminar al PRD como opción electoral en 2019. Si el presidente de la República recapacita y recuerda que los panameños somos muchos más que sus antiguos compañeros del Colegio Javier.

viernes, 3 de octubre de 2014

¿Por qué es necesaria la educación en salud sexual en las escuelas?

Por Olmedo Beluche
 
Jorge Sarsanedas, en un excelente artículo ("¿Reír o llorar?"), publicado hace unos días, ha puesto en evidencia a una serie de sectores, muchos de ellos escudados bajo el ropaje "religioso" o tras el morbo hipócrita de medios de comunicación, que se oponen de manera irracional y con argumentos infundados al proyecto de ley que debate la Asamblea Nacional sobre "salud sexual y reproductiva", que incluye la educación sexual, seria y científica, en los programas educativos.
 
Hay una sola cosa que añadir al aporte bien fundamentado de Sarsanedas: la sociedad panameña debe despertar y ver la realidad como es, las estadísticas señalan que los adolescentes están teniendo relaciones sexuales, pero sin orientación adecuada, por un lado; y por el otro, un gran porcentaje de embarazos precoces son producto de violaciones e incestos.
 
Basta de negar los hechos. Basta de mirar para otro lado o esconder la cabeza en el hoyo, como las avestruces (aunque dicen que esas aves no hacen eso). En hogares coherentes y bien establecidos, en familias disfuncionales, entre pobres o ricos, del interior o las urbes, con padres permisivos o represivos, la juventud panameña en su proceso de maduración fisiológica y social está iniciando sus primeras experiencias sexuales bien temprano. Aunque usted no lo quiera reconocer, no esté de acuerdo o no le guste, eso es lo que está sucediendo.
 
¿No lo cree? Una encuesta dada a conocer por la Defensoría del Pueblo, encontró que el 31,7% de las chicas y el 40,7% de los varones tuvieron su primera experiencia sexual antes de cumplir los 15 años de edad. En 2012, hubo 15.206 nacimientos de madres menores de 20 años (4% de ellas con edades entre 11 y 14 años). En 2013 asistieron a control prenatal 17.843 menores entre 11 y 19 años de edad.
 
Quienes pretenden que la educación sexual corra única y exclusivamente por parte de los padres están siendo desmentidos por los hechos y las estadísticas. No nos engañemos, quienes somos progenitores, incluso entre los más liberales y progresistas, sabemos que no es muy fácil abordar esos temas con los hijos. Pero, aún en el caso de que ese supuesto funcionara en las familias "equilibradas", bien informadas y con buena comunicación parental, ¿qué hacemos con las familias divididas, disfuncionales, cuyos padres están ausentes por trabajo, etc.?
 
El estado tiene una responsabilidad que cumplir hacia todos los niños y adolescentes, pero más aún con los más vulnerables. Según los datos del INEC, sólo el 57% de las menores panameñas viven con ambos padres; el 42%, es decir, 541.440 menores no viven con ninguno de los padres o sólo con uno de los dos, a las que hay que añadir otras 9.933 en las que no se pudo determinar la situación.
 
Un problema conexo, que requiere urgente atención es que muchos de los embarazos de adolescentes son producto, no de relaciones "irresponsables" entre jóvenes, sino de abusos sexuales y violaciones cometidos por adultos del propio entorno (familiar, vecinal) de las menores. A veces nos escandalizamos con lo que sucede en ciudad Juárez, la India o en algunos países musulmanes, pero en nuestro entorno "occidental", cristiano y "civilizado" la violencia sexual contra las mujeres escala junto a la violencia social en general, pero requiere un tratamiento particular, no sólo en el plano jurídico, sino educacional, de salud pública, cultural.
 
Por añadidura, la información sobre sexualidad y reproducción la están obteniendo los jóvenes por muchos medios (amigos, redes sociales, televisión, cine, etc.) y a veces (no tanto como debiera) de los propios padres y algunas con suerte en los centros de salud. La única ausencia en ese proceso es de la educación formal, seria, científica y bien fundada.
 
Los jóvenes tienen sexo pero carecen de información elemental al respecto. Basta un ejemplo, proveniente de la fuente citada: sólo el 37,1% de las mujeres entre 15 y 24 años de edad son capaces de identificar dos formas de prevenir el VIH. En sentido contrario, el 60 % de las jóvenes no saben cómo prevenir correctamente ser víctimas de las enfermedades de transmisión sexual. Esa falta de información guarda relación directa con el hecho de que el 13% de los 13.264 casos registrados de personas portadoras de VIH en Panamá son menores de 25 años
 
La educación sexual como parte de los programas educativos, en relación y dependiendo de la edad y maduración de los menores, pretende aportarles información seria sobre las relaciones humanas, sobre el cuerpo humano (y como parte de ello, la sexualidad). No se trata, como irresponsablemente aducen algunos desde púlpitos y medios de comunicación, de "enseñarles a hacer el amor en las escuelas". En esto destaca la hipocresía de algunos medios de comunicación que, solapada o abiertamente, se oponen al proyecto de ley, pero cuya programación y páginas está cargada de erotismo y comercialización del cuerpo femenino.
 
Para tener sexo los jóvenes no van a la escuela. La escuela lo que sí debe hacer es proveerles información y orientación sobre este tema, que es propio de la vida cotidiana de cualquier persona. Está demostrado que en todos los países con sistemas educativos desarrollados, en los que la salud sexual no es tabú, donde la gente posee información adecuada, para tener sexo responsable, las mujeres retardan en el tiempo (no la sexualidad) sino la maternidad, porque dan importancia a su desarrollo intelectual y profesional.
 
Donde no hay educación sexual, crece el número de adolescentes embarazadas con sus vidas frustradas e infelices por tener hijos no planificados que le dificultan continuar sus estudios y su desarrollo personal. Entre ellas, muchas niñas que aún no han terminado de madurar y que se ven obligadas a asumir un papel de madres para el que no están preparadas.
 
Algunos, en una muestra de ignorancia supina, creen que cuando la ley dice "derechos sexuales y reproductivos" es que se les va a enseñar a los muchachos a exigirle a sus padres que ellos tienen "derecho de tener sexo cuando quieran" y que de ahí vendrá el "descontrol". No. Cuando la ley dice "derechos" se refiere a que aprendan a defender la integridad de sus cuerpos frente a la ola de abusadores (que también los hay en las "buenas familias"), a denunciar el acoso y abuso sexual, que sepan esa agresión también es un delito, y que tienen derecho a la protección de las autoridades e instituciones públicas.
 
Las cifras aportadas demuestran la necesidad urgente para la sociedad panameña de tener una política educativa sobre salud sexual y reproductiva. Digámosle basta a los sectores oscurantistas que quieren que el estado y el país siga mirando para otro lado mientras a nuestro lado crece un problema que adquiere dimensiones epidémicas.
 
Es un deber moral de toda persona responsable exigir la aprobación pronta de ese proyecto de ley. No puede haber ni un gremio profesional, en especial ningún gremio docente, ningún sindicato, ni mucho menos una organización política que se diga progresista o de izquierda que pase agachado en este debate nacional. Es su obligación ante la historia tomar posición y exigir la aprobación de este proyecto de ley.
 
Panamá, 2 de octubre de 2014.

Panamá: el país que merecemos ser.

Guillermo Castro H.[1]

Para Ricaurte Soler y José de Jesús Martínez, aquí, con nosotros

Época de cambios
El debate sobre los problemas que encara la sociedad panameña a comienzos del siglo XXI suele evadir lo que debería ser su premisa más evidente: el hecho de que el nuestro ha sido el último país de nuestra América en culminar su proceso de formación como Estado nacional soberano. Menos de un cuarto de siglo ha transcurrido desde que abandonaran nuestro territorio las últimas unidades del ejército extranjero que una vez estuvieran albergadas en las bases militares de la que fuera Zona del Canal de Panamá, y que tantas veces actuaran como factor decisivo en nuestra vida política, incluso mediante intervenciones de enorme violencia en nuestros asuntos internos. Por primera vez desde los inicios de la República, en aquel noviembre de 1903, somos enteramente responsables por su destino. Y por primera vez también, tras 485 años de control extranjero, la ruta interoceánica de Panamá está bajo control del Estado de los habitantes del Istmo.
            Diversas circunstancias convergen en esta percepción alienada de la conquista del derecho a ejercer los deberes de la soberanía. Está el mal final de la lucha por la recuperación del Canal, tan tenazmente librada entre 1936 y 1979, que vino a descomponerse en la aventura autoritaria de 1984 a 1989, hasta desembocar en el golpe de Estado ejecutado por las fuerzas armadas acantonadas en las bases que alguna vez albergara la Zona del Canal y la puesta en marcha del programa de reforma del Estado y ajuste estructural que abarcó toda la década de 1990.
Esos azares de la política criolla han contribuido también a ocultar – tras una cortina de anécdotas, invectivas y recriminaciones finalmente pueblerinas - el hecho de que la incorporación del Canal a la economía interna aceleró el desarrollo del capitalismo en el país, de un modo que llevó a la liquidación de todo el sector productivo - estatal y privado -, asociado al modelo anterior de desarrollo protegido, al tiempo que catapultaba una economía atrasada a la vorágine del proceso de globalización. Y esto ocurrió, además, en el preciso momento en que el Estado se privaba de la mayor parte de sus capacidades para conducir el desarrollo económico del país, y delegaba esa función en las llamadas “fuerzas del mercado”, que en su accionar no reconocen otra ley que la del más fuerte.
No es de extrañar, en esas circunstancias, que los tres primeros quinquenios del siglo llevaran al país a una situación de crecimiento económico con degradación ambiental y deterioro social. El resultado inevitable ha sido una situación de anomia y desorden, de creciente riesgo para todas las partes involucradas.
Todo esto ha ocurrido, por otra parte, en otra circunstancia, tan elusiva como ubicua en nuestro caso. El mundo no atraviesa hoy por una época de cambios, como quisieran los liberales, sino por un cambio de épocas, que es lo que más temen los conservadores. Lo que ocurre en Panamá hace parte de los procesos de desintegración  -y de la formación de opciones de re-integración - que recorren el sistema mundial. Faltan hoy aquellos referentes de la Guerra Fría, de tan aparente claridad, y todas las sociedades del planeta, la nuestra incluida, avanzan a tientas, sin columna de fuego que las guíe a través del desierto de la crisis. Así las cosas, lo sensato sería encarar los desafíos que nos plantea el futuro, para encaminar los cambios que ya están en curso hacia la transformación de la sociedad que hemos sido en la que podemos llegar a ser. Y esto obliga, en primer término, a pensar con orden, que siempre es más difícil que morir con honra.

Tiempos de transformación
Un problema que ha venido forjándose a lo largo de 500 años no puede ser encarado con la última teoría de moda, ni con la imitación de lo que imaginamos que ha sido el camino hacia el éxito de otras sociedades, distintas a la nuestra y que a menudo conocemos poco y mal. Por el contrario, conviene recordar que en el análisis de la formación y las transformaciones de las estructuras y las prácticas sociales tienen especial importancia tres tipos de proceso histórico distinto, estrechamente relacionados entre sí.
El primero de esos procesos se organiza en torno a estructuras de larga duración, como las derivadas de la función de tránsito desempeñada por el territorio de Panamá desde mucho antes de la Conquista europea. El segundo, de duración media, corresponde al despliegue de las estructuras de organización territorial y social correspondientes al papel desempeñado por el Istmo en el proceso de formación y desarrollo del moderno sistema mundial, a partir de la Conquista europea. A esta duración media corresponde, en particular, aquel tipo de formación económico – social que el historiador Alfredo Castillero designara en 1973 como “transitista”, esto es, organizada en torno al monopolio del tránsito y la concentración de sus beneficios por parte de formaciones estatales extranjeras, entre los siglos XVI y XX, y por el Estado nacional de Panamá en el XXI.  
El tercer tipo de proceso, finalmente, se expresa en las transiciones entre aquellas grandes etapas y, en particular, entre los distintos momentos en el desarrollo de la segunda. Este último tipo de proceso, de corta duración con respecto a los otros dos, ve acentuarse los conflictos no resueltos del pasado, como ve formarse nuevas opciones de futuro. Bien comprendido y aprovechado, puede conducir tanto a superar y trascender los conflictos de ayer como a la previsión de los del mañana, abriendo paso al despliegue de todas las capacidades de progreso y transformación acumuladas por la sociedad en su desarrollo. Mal comprendido, bien puede conducir a una situación de estancamiento y descomposición por vía lenta, en el que – al decir de Antonio Gramsci -,

La vieja sociedad resiste y se asegura un período de “respiro”, exterminando físicamente a la élite adversaria y aterrorizando a las masas de reserva; o bien ocurre la destrucción recíproca de las fuerzas en conflicto con la instauración de la paz de los cementerios y, en el peor de los casos, bajo la vigilancia de un centinela extranjero.[2]

Nuestra sociedad se encuentra hoy, precisamente, inmersa en un proceso de transición entre dos etapas de su historia. No es el primero, por supuesto. No será el último, tampoco. Lo que realmente importa, aquí y ahora, es comprender que la larga, mediana y corta duración no definen tiempos distintos, sino tres dimensiones diferentes de un mismo devenir, íntimamente asociadas entre sí, aunque diversas en su función y su significado históricos. A lo largo de estos tiempos del tiempo, los diversos elementos de la vida social cosas dejan de ser lo que habían sido en un período anterior, cambian a ritmos muy desiguales, y terminan por desembocar en estructuras generales de una calidad distinta a la precedente.
Así, los cambios acumulados en la fase final del proceso de transición del Estado semicolonial al plenamente soberano constituyen el aspecto principal de la formación de las contradicciones que animan una transformación en curso, que hoy nos toca encarar. Esos cambios incluyen, por ejemplo:

1.     El paso de una economía de enclave, articulada a un canal vinculado a la economía interna de los Estados Unidos y organizada en torno a un sector agropecuario atrasado y a una Zona de Libre Comercio y un Centro Financiero Internacional volcados hacia el exterior, a una distinta y más compleja, rápidamente transnacionalizada, que hoy se estructura como una Plataforma de Servicios Globales en pleno desarrollo, y un mercado de servicios ambientales en proceso de formación.
2.     La incorporación a la vida nacional de nuevos sectores emergentes – desde corporaciones transnacionales hasta movimientos indígenas y campesinos, de trabajadores urbanos y de profesionales de capas medias -, que se combina con la declinación de actores tradicionales de gran influencia ayer apenas, como las organizaciones empresariales, cívicas y sindicales forjadas al interior del modelo de desarrollo protegido hoy en desintegración.
3.     El paso desde una sociedad de fuertes valores rurales y estrechos vínculos entre los sectores populares y capas medias profesionales de origen reciente, a otra de carácter urbano, de gran desigualdad estructural y precarios niveles de organización.
4.     La transformación de los pobres de la ciudad y el campo, y de amplios sectores de capas medias empobrecidas, desde la situación de aceptación más o menos pacífica de su condición de marginalidad, gestada sobre todo a partir del golpe de Estado de diciembre de 1989, hacia otra de creciente voluntad y capacidad para reclamar mejores condiciones de vida, a partir de la actividad tanto de sectores de trabajadores - del campo y de la ciudad, manuales e intelectuales -, cada vez mejor educados y organizados, como del incremento en el número y las mejoras en la educación y la organización de grupos antes marginales – como los pueblos originarios – y de la solidaridad internacional de reciben.
5.     La creciente vinculación de nuestros movimientos sociales a la vida política de la región, que va dejando atrás un prolongado período de aislamiento parroquial y abre posibilidades inéditas de aprendizaje y maduración política a una población que se caracteriza en su bajísimo nivel de organización, y su alto nivel de dependencia de los peores hábitos del clientelismo político.
6.     Una crisis de identidad que expresa, en primer término, el agotamiento de la autoridad moral y cultural de los viejos grupos dominantes, y se acentúa con el ingreso a la vida activa de nuevas generaciones de jóvenes que han crecido y maduran en el proceso de transición, sin más referencia al pasado que la que puede brindarles un sistema educativo hace tiempo agotado, y las mitologías cívicas de las que participan sus mayores.

Estos cambios, sin embargo, no se traducen todavía en un verdadero proceso de renovación de la sociedad panameña y su Estado. Señalan apenas el ingreso a un momento en nuestra historia en el que todo lo que ayer apenas parecía sólido hoy se desintegra ante los ojos de todos, y se inicia un proceso de transformación que, al menos en sus primeras fases, será por necesidad lento, contradictorio y de apariencia errática. De momento, y en ausencia de un liderazgo histórico capaz de conducirlo, ese proceso ha dado lugar a un fenómeno de apariencia aberrante: la formación de un Gobierno cada vez más fuerte y un Estado cada vez más débil, como se aprecia en cuatro ejemplos característicos. 
Uno, el debilitamiento de la capacidad de gestión de los grandes organismos estatales a cargo de la atención a demandas sociales masivas, como las de educación, salud y seguridad social.  Otro, la multiplicación de agencias con mandatos puntuales en sectores como los del transporte, el agua, la recolección de desechos, la energía, la incorporación de tecnologías innovadoras a la gestión pública, la gestión de la ciencia, la recolección de impuestos, la titulación de tierras y la formación profesional. El tercero, la creciente militarización de la fuerza pública, en curso desde mediados de la década de 1990, y su implicación cada vez mayor en proyectos regionales de seguridad y control. Y el cuarto, por el que nos felicitamos cada día, corresponde a la decisión de proteger a la operación del Canal de los riesgos que genera el deterioro de la sociedad a la que debe servir, reconociendo en la práctica que ese deterioro puede ser administrado, en el mejor de los casos, pero no revertido en el marco del ordenamiento estatal y social vigente.
De momento, esto nos ha llevado a una circunstancia caracterizada por la erosión simultánea de la eficiencia del Gobierno y de la legitimidad del Estado en la tarea de conducir los cambios en curso en el país, que genera un riesgo creciente de anomia social y política. Con todo, el nuestro es todavía un tiempo “de ebullición, no de condensación; de mezcla de elementos, no de obra enérgica de elementos unidos”, en el que “las especies luchan por el dominio en la unidad del género”, como dijera Martí del suyo en 1881.[3] 
En un tiempo así, el problema mayor que debemos encarar consiste en crear las condiciones que permitan hacer posible lo que va siendo percibido como necesario por sectores cada vez más amplios de nuestra sociedad, cada uno desde su propia perspectiva de interés.[4] Se trata, en otros términos, de ser capaces de identificar y expresar a través de una enérgica demanda de reforma cultural y moral – esto es, política – el interés general de la Nación que emerge en el siglo XXI, a partir de la descomposición de la que se forjó en la lucha contra el colonialismo y su Estado a lo largo del siglo XX.
Ese interés, como sabemos, es el de los grupos sociales fundamentales de nuestra sociedad en superar un conjunto de obstáculos a su propio desarrollo que afloran en ese proceso de descomposición, desde la ausencia de control de la gestión pública por parte de la ciudadanía hasta las limitaciones legales y prácticas al derecho de los trabajadores a la organización, pasando por las condiciones de desamparo en que se encuentran los productores nacionales, y por aquellas otras que fomentan el saqueo del patrimonio natural de la Nación y, en particular, de sus pueblos originarios.
Frente a todo esto, podemos tener motivos de optimismo bien fundados.  Nosotros, los panameños, hemos sido capaces en el pasado de encarar con éxito desafíos de tan extraordinaria complejidad como la negociación de los Tratados Torrijos Carter, que pusieron fin tanto al enclave colonial norteamericano en Panamá, como a la condición semicolonial de nuestro Estado. Trabajar con la gente, y desde ella, será la mejor manera de vincular entre sí las iniciativas que ya están en marcha en el país, y de proporcionarles la orientación que les permita contribuir a establecer en Panamá un Estado capaz de representar y ejercer el interés general de la nación en este momento de su historia.

Pausa (que no conclusión)
Al cerrar la nota de su cuaderno de apuntes sobre los tiempos de ebullición que le había correspondido vivir, se preguntaba Martí: “¿Se unirán en consorcio urgente, esencial y bendito, los pueblos conexos y antiguos de América? ¿Se dividirán, por ambiciones de vientre y celos de villorrio, en nacioncillas desmeduladas, extraviadas, laterales, dialécticas…?” La nuestra es, justamente, la última de aquellas nacioncillas, que por su propio esfuerzo – y a pesar de las conductas a menudo “desmeduladas, extraviadas, laterales” de sus propios dirigentes – ha sabido llegar a las vísperas de su plenitud.
Alcanzar esa plenitud, ejercerla y disfrutarla, es una meta que está al alcance – finalmente – de lo mejor de nosotros mismos. Por eso mismo, crear las condiciones que permitan a nuestra gente conocerse y ejercerse en la construcción de una vida justa y buena para todos es, sin duda, el más importante desafío que encaran hoy los hombres y mujeres de cultura de mi tierra.
Para nosotros, ha llegado el momento de poner en imperativo el himno de la Nación que fuimos, para anunciar que si deseamos un país distinto, debemos crear un sociedad diferente. Identificar esa diferencia, y las formas de construirla y ejercerla con todos y para el bien de todos los que aspiramos a vivir en una Patria libre, equitativa y efectivamente soberana, es la tarea más compleja que encaran hoy los panameños.  Diga entonces el Himno del país que viene:

“Alcancemos por fin la victoria,
en el campo feliz de la unión.
Con ardientes fulgores de gloria,
se ilumine la nueva nación.
Es preciso quitar todo velo,
del pasado, el calvario y la cruz.
Y que alumbre el azul de tu cielo,
de justicia la espléndida luz.”

Universidad Autónoma de Chiriquí, 22 de septiembre de 2014


[1] Conferencia inaugural del XIV Congreso Centroamericano de Sociología. Universidad Autónoma de Chiriquí, Panamá. 22 de septiembre de 2014.
[2] Gramsci, Antonio, 2003: Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado Moderno. Nueva Visión, Buenos Aires. Traducción de José Aricó. “El príncipe moderno”, p. 61
[3] “No hay letras, que son expresión, hasta que no hay esencia que expresar en ellas. Ni habrá literatura hispanoamericana, hasta que no haya – Hispanoamérica. Estamos en tiempos de ebullición, no de condensación; de mezcla de elementos, no de obra enérgica de elementos unidos. Están luchando las especies por el dominio en la unidad del género. – El apego hidalgo a lo pasado cierra el paso al anhelo apostólico de lo porvenir. Los patricios, y los neopatricios se oponen a que gocen de su derecho de unidad los libertos y los plebeyos. Temen que les arrebaten su preponderancia natural, o no les reconozcan en el Gbno. su parte legítima – se apegan los indios con exceso y ardor a su Gbno. La práctica sesuda se impone a la poesía ligera. Las instituciones que nacen de los propios elementos del país, únicas durables, van asentándose, trabajosa pero seguramente, sobre las instituciones importadas, caíbles al menor soplo del viento. Siglos tarda en crearse lo que ha de durar siglos.[…] Lamentémonos ahora de que la gran obra nos falta, no porque nos falte ella, sino por que esa es señal de que nos falta aún el pueblo magno de que ha de ser reflejo, - que ha de reflejar – (de que ha de ser reflejo) ¿Se unirán en consorcio urgente, esencial y bendito, los pueblos conexos y antiguos de América? ¿Se dividirán, por ambiciones de vientre y celos de villorrio, en nacioncillas desmeduladas, extraviadas, laterales, dialécticas…?”
Martí, José (1975: XXI, 164): Cuadernos de Apuntes, 5 (1881). Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana. XXI, 164.

[4] Tal el interés que subyace, por ejemplo, en la demanda cada vez más generalizada de que se proceda a convocar a una Asamblea Constituyente para normar en nuevos términos las relaciones entre los panameños y su Estado.