Atilio Borón
Escribimos
estas líneas con la inmensa alegría que nos produjo la exitosa culminación de la
campaña que el pueblo y el gobierno de Cuba lanzaron para repatriar a los cinco
luchadores antiterroristas injustamente encarcelados por la “justicia” de los
Estados Unidos, que jamás se preocupó por enjuiciar a connotados y confesos
terroristas como Orlando Bosch y Luis Posada Carriles o a un financista y
ejecutor de atentados terroristas como Jorge Mas Canosa. Refiriéndose a “Los 5”
Fidel dijo en su momento “volverán” y volvieron; como antes, en el incidente del
niño Elián González, cuando también aseguró que Elián volvería a Cuba, y volvió.
Dicho esto quisiéramos compartir una reflexión sobre las razones que explican el
cambio en la política exterior de Estados Unidos en relación a Cuba y lo que
esto podría significar para la Isla y América Latina y el Caribe.
El absoluto fracaso de más de medio
siglo de bloqueo y agresiones es uno de los factores más evidentes que
originaron el viraje de Washington. La Revolución Cubana resistió a pie firme,
dignamente y sin concesiones, tamaña agresión y al final del día el Goliat del
planeta tuvo que reconocer su derrota, algo que muy rara vez hace la siempre
arrogante superpotencia. Lo hizo el presidente Barack Obama en su discurso y de
modo todavía más enfático su Secretario de Estado, John Kerry, cuando al
pronunciar el suyo, un par de horas más tarde, dijo que “durante medio siglo
aplicamos una política para aislar a Cuba y los que terminamos aislados fuimos
nosotros.” Claro está que otros factores también jugaron un papel: la
intervención del Papa Francisco fue mucho más allá de una piadosa exhortación o
una “gestión de buenos oficios”, tal como convencionalmente se la entiende. Fue
una mediación en donde la influencia papal para arribar a un acuerdo parece
haber sido más gravitante que lo normal en este tipo de mediaciones. El tiempo
permitirá calibrar con precisión las características de esa gestión. Además, el
reiterado repudio que la política del bloqueo cosechaba año tras año en la
Asamblea General de las Naciones Unidas, e inclusive en el seno de la OEA, fue
debilitando la firmeza de la política anticubana. Otro factor fue la honrosa
insistencia de los países latinoamericanos y caribeños sin excepción para exigir
el fin del bloqueo y la liberación de “Los 5”. El papel de la UNASUR y la CELAC
también fue de importancia para precipitar esta reorientación de la política de
la Casa Blanca. Pero lo que a nuestro juicio fue decisivo para producir este
viraje fue el cálculo geopolítico realizado por los estrategas del imperio, que
recomendaba acabar con una política que no sólo era inefectiva -como las
torturas de la CIA, según el reciente Informe del Senado- sino que además era
contraproducente para garantizar la seguridad nacional estadounidense en
momentos tan críticos como el que actualmente atraviesa el sistema
internacional. En las páginas que siguen trataremos de desarrollar en cierto
detalle este argumento.
La Transición Geopolítica
Mundial y sus Desafíos para la Estabilidad del Imperio
Estados Unidos se enfrenta a un
deteriorado cuadro geopolítico mundial que suscita una enorme preocupación en su
clase dominante, sus representantes políticos e ideológicos, el Pentágono y sus
agencias de inteligencia. En 1997, pocos años después del derrumbe de la Unión
Soviética, uno de los más lúcidos (y cínicos) intelectuales orgánicos del
imperio, Zbigniew Brzezinski, escribió un libro que resumía la visión
estratégica dominante en ese momento y proponía un conjunto de recomendaciones
para encarar con realismo –en lugar de las autocomplacientes ensoñaciones de los
miembros del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, gran parte de los cuales
integraron las filas del gobierno de George W. Bush- los desafíos de los años
venideros.
[1] En
El Gran Tablero
Mundial su autor descartaba la posibilidad de un debilitamiento
del poderío global de Estados Unidos dado que su país aparecía, una vez
desintegrada la Unión Soviética, como “la única e, indudablemente, como la
primera potencia realmente global” en la historia del planeta. A partir de esta
premisa el objetivo que se trazó fue formular una geoestrategia global e
integral para preservar el papel central de Estados Unidos como “arbitro
político” en todo el mundo, pero prestando especial atención a Eurasia ya que es
ese y no otro “el tablero en el que la lucha por la primacía global” seguirá
jugándose. Un continente fundamental que contaba para 1997 con el 75% de la
población y el 60% del PNB mundiales, y las ¾ partes de los recursos
estratégicos conocidos. Para ser exitosa dicha estrategia debía basarse en la
construcción de “una comunidad global basada en las relaciones de
cooperación”.
[2] No obstante, a Brzezinski no se le escapaban
las acechanzas que podían originarse como consecuencia de potenciales
“contingencias relacionadas con los futuros alineamientos políticos (…) que
intenten empujar [a los Estados Unidos] fuera de Eurasia”.
En ese escrito Brzezinski identificaba
tres escenarios que podrían plantear tales retos a lo largo del siglo veintiuno:
el primero era un acuerdo entre Rusia y los principales países europeos, que
debilitaría los vínculos entre Estados Unidos y Europa y mellarían la fortaleza
de la Alianza Atlántica y en particular de la OTAN. Pero tranquilizaba a sus
lectores diciendo que la probabilidad de esa contingencia era “bastante remota”
(si bien no totalmente descartable), no habiendo por lo tanto razones para
alarmarse. La segunda amenaza era un posible acuerdo entre China y Japón, por
entonces la segunda economía del mundo y puntal de la presencia estadounidense
en el Pacífico y en el mundo asiático. Probabilidad: también muy baja, porque
los históricos conflictos que separaban a ambas naciones serían un obstáculo muy
difícil de remontar. Había que monitorear los movimientos, los gestos y las
iniciativas de esos dos países pero sin perder la serenidad. El tercer
escenario, “el potencialmente más peligroso sería el de una gran coalición entre
China, Rusia y quizás Irán, una coalición ‘antihegemónica unida no por una
ideología sino por agravios complementarios’.”
[3] Sin embargo,
las probabilidades de que esta amalgama política pudiera cristalizarse eran,
según Brzezinski, remotas. Ahora bien: los pronósticos de este consejero áulico
del imperio fueron impiadosamente refutados por la historia ya que ese escenario
-el menos deseado, el más temido y el más improbable- fue el que en estos
últimos años irrumpió con fuerza en el sistema internacional. A mediados del
2014 Rusia y China firmaron importantísimos acuerdos –económicos, políticos y
militares- de largo plazo, a los cuales se unió poco después Irán. En Septiembre
la India solicitó formalmente su adhesión al Acuerdo de Cooperación de Shanghai
y a finales de este mismo año Rusia selló un muy importante acuerdo con Turquía,
cerrando de este modo una alianza que cambia radicalmente la correlación de
fuerzas en el tablero de la geopolítica mundial en perjuicio de Estados Unidos,
sus aliados europeos y Japón. Con la integración de la India y Turquía el
panorama geopolítico euroasiático no podría ser más desventajoso para lo que
Brzezinski denomina “Occidente.”
En el año 2012, es decir, poco antes de que emergiera esta nueva coalición
y quince años después de la publicación del
Gran Tablero
Mundial , Brzezinski dio a conocer su más reciente obra:
Strategic Vision. [4] En ella el tono general del
análisis se sitúa en las antípodas de su por momentos triunfalista texto de
1997. Ahora la preocupación es otra. En la primera parte de ese libro propone
una sorprendente y muy significativa exploración histórica en torno a la
“declinante longevidad de los imperios”, una reflexión insólita en relación al
supuesto fundamental de la obra: Estados Unidos no es un imperio sino una
potencia, la única potencia global. No obstante, este inesperado comienzo revela
que en su fuero íntimo Brzezinski no se engaña, ni engaña a sus jefes y
patrones, y sabe que Estados Unidos es la cabeza de un vasto sistema imperial y
que, además, la lógica que decretó la declinación de todos los imperios
anteriores, sin excepción, difícilmente exceptúe al americano. Como estudioso
que es sabe muy bien que este no podrá ser eterno y duda de que siquiera pueda
mantenerse más allá de unas pocas décadas. De ahí que las cuatro preguntas
fundamentales que plantea en las páginas iniciales del libro sean las
siguientes:
1) ¿Qué implicancias tienen la cambiante distribución del poder global
desde Occidente hacia Oriente y el despertar político de la humanidad?
2) ¿Por qué decayó el atractivo de los
EEUU, cuáles son los síntomas de su declinación doméstica e internacional y por
qué se desperdició una oportunidad tan excepcional como el desenlace pacífico de
la Guerra Fría?
3) ¿Qué consecuencias geopolíticas tendrían lugar si Estados Unidos
perdiera su primacía en el ámbito del poder global? ¿Podría China ocupar su
lugar en el 2025?
4) ¿Cómo debería EEUU redefinir sus
objetivos geopolíticos a largo plazo, y cómo atraer, apoyándose en sus aliados
europeos, a Rusia y Turquía a los efectos de construir un “Occidente” más
inclusivo y vigoroso?
En resumen, el autor se formula interrogantes impensables una década atrás.
Lo que antes se asumía como una verdad inconmovible, la primacía internacional
de Estados Unidos, ahora es objeto de múltiples conjeturas, y por lo tanto las
opciones estratégicas diseñadas en el pasado deben ser radicalmente
re-examinadas.
Un mundo convulsionado
En este impensado escenario, en donde
los rivales de Washington unen fuerzas, y los antiguos aliados –fervientes, como
Turquía, o tibios, como la India- se pasan al otro bando, la rápida degradación
de la situación internacional plantea enormes desafíos al imperio. La agenda
exterior de la Casa Blanca se enfrenta con numerosos “puntos calientes” en los
cuáles Estados Unidos está fuertemente involucrado, tiene muchos intereses en
juego y se ve forzado a hacer apuestas cada vez más riesgosas y de incierto
desenlace. En Oriente Medio la situación está fuera de control: después de haber
avivado la hoguera del fundamentalismo sunita como ariete para hostigar a Irán y
Siria, el trágico resultado de esa política fue la aparición del Estado
Islámico, una organización criminal que dispone de los enormes recursos
financieros derivados de su control sobre las zonas petroleras de Siria e Irak,
y dispuesto a afianzar su dominio apelando a cuantas atrocidades sean
imaginables. Originalmente formado por mercenarios reclutados por Estados Unidos
y Arabia Saudita, financiado y armado por estos dos países, el genio se salió de
la botella (como antes Osama bin Laden y Saddam Hussein) y, previsiblemente,
comenzó a desarrollar una política propia que no es precisamente la que mejor
favorece los intereses de Washington en la región. A la explosiva situación de
esa parte del mundo, hundida en un interminable baño de sangre, hay que agregar
la acelerada fascistización de Israel, que ha convertido a su estado en un
engendro neonazi en donde el genocidio de los palestinos pasó a ser una práctica
habitual ejercida con total impunidad e indiferente ante la repulsa casi
universal que suscitan sus acciones. Más hacia el Oriente, en Asia Central, área
donde se anuda una densa red de oleoductos y gasoductos de vital importancia
para el mercado mundial de energéticos, la permanente inestabilidad de una zona
surcada por ancestrales rivalidades y conflictos étnicos, religiosos y
económicos de todo tipo se combina con periódicos estallidos de violencia que
frustran de raíz cualquier posibilidad de establecer proyectos económicos de
cierta envergadura para el aprovechamiento de sus enormes riquezas gasíferas y
petroleras.
[5] Más hacia el Este, al llegar al extremo del
continente, la persistente disputa entre China y Japón por la delimitación
jurisdiccional del Mar del Sur de la China agrega un condimento explosivo en el
límite oriental de la antigua, y hoy altamente revalorizada, “Ruta de la
Seda”.
[6]
¿Es todo? De ninguna manera. La
situación del África Subsahariana es motivo de intensa preocupación, sobre todo
por el arraigo que en algunos países proveedores de petróleo, como Nigeria,
parece haber conseguido el islamismo radical. Pero, más al norte es donde se
encuentra la fuente más importante y a la vez urgente de preocupaciones. En
Europa hay una guerra en ciernes entre los países de la OTAN y Rusia. Las
sucesivas sanciones económicas decretadas por Washington (y replicadas con
deshonrosa obediencia por sus compinches europeos) junto al deliberado derrumbe
de los precios del petróleo configuran, en términos prácticos, una declaración
de guerra, y así lo ha entendido no sólo Moscú sino buena parte de la dirigencia
política estadounidense. No sorprende, en consecuencia, que Rusia haya anunciado
el 26 de Diciembre un significativo cambio de su doctrina estratégica, orientada
ahora por la necesidad de contener las amenazas que se ciernen, desde Europa: la
OTAN y el despliegue balístico norteamericano en ese continente, sobre su
seguridad nacional.
[7]
El dramático empeoramiento de la
situación en Ucrania reconoce dos causas fundamentales: una, la expansión hacia
el Este de las fronteras de la OTAN, en abierta violación de las promesas
formuladas a los gobernantes rusos por sucesivos presidentes de los Estados
Unidos y los jefes de estado europeos. La otra: la insistencia de la Unión
Europea en incorporar a Ucrania y, de ese modo, penetrar por la puerta trasera
en Rusia. Ambas iniciativas propiciaron la fulminante resurrección de la Guerra
Fría, que se está recalentando aceleradamente. Un académico conservador
norteamericano, John Mearsheimer
, profesor de la Universidad de
Chicago, culpó a Occidente por esta degradación del clima internacional. Era
sabido, escribió, que Moscú jamás podía aceptar de brazos cruzados que la OTAN
se extendiera hasta sus fronteras, y para colmo consentido por un gobierno
impuesto en Kiev por un golpe de estado impulsado y financiado por Estados
Unidos y sus aliados.
[8] Esta irresponsable provocación es tan
inadmisible para Rusia como lo hubiera sido para Estados Unidos si, en los años
ochentas, Moscú y los países del Pacto de Varsovia hubiesen orquestado un golpe
de estado en México e instalado sus tropas en la frontera con Estados Unidos. El
desencadenamiento de la crisis en Ucrania desató como respuesta la reintegración
al territorio ruso de la península de Crimea (anexada con el apoyo de sus
habitantes) y alentó el separatismo de la población rusoparlante que reside en
el este ucraniano. Las sanciones económicas aplicadas a Rusia por los países de
la Alianza Atlántica tensaron la cuerda a grado tal que tiene escasos
precedentes en la historia contemporánea. Moscú denunció estas maniobras y dijo
que ellas son parte de una estrategia general cuyo objetivo es nada menos que
precipitar el “cambio de régimen” en Rusia, ante lo cual Vladimir Putin ha dicho
que su país no permanecerá indiferente ante esos designios y responderá con
cuanto tenga a su alcance. Hay que recordar que Rusia dispone del segundo
arsenal atómico mundial y que cuenta con unas fuerzas armadas muy bien
equipadas. Como decíamos más arriba, si la OTAN llegara a lanzar un ataque con
armas de destrucción masiva Moscú no vacilará en recurrir a su arsenal nuclear,
lo que abre una atroz perspectiva para el futuro de la humanidad.
[9]
Trascendente papel de América Latina y el Caribe
En innumerables ocasiones Fidel y el Che
afirmaron que Nuestra América es la retaguardia estratégica del imperio. Cuando
Estados Unidos enfrenta graves desafíos en el frente internacional -como en los
años setenta en el Sudeste asiático y muy especialmente en Vietnam- se vuelve
sobre los países del área para desde allí tomar aliento y lanzar su arremetida.
En aquella oportunidad lo que hizo fue sembrar dictaduras por toda la región, en
donde salvo México, Colombia y Costa Rica, el resto de los países padecieron la
instauración de regímenes cívico-militares que hicieron del terrorismo de estado
una práctica cotidiana de ejercicio del poder, para lo cual contaron con el
auspicio, colaboración, protección y financiamiento de Washington.
En la actualidad la Casa Blanca continúa
actuando bajo los lineamientos de la misma premisa, procurando acabar con la
Revolución Cubana, liquidar a los gobiernos bolivarianos, terminar de domesticar
a los de la “centro-izquierda” del Cono Sur y reforzar, vía la Alianza del
Pacífico, a los regímenes neocoloniales y conservadores del área. Téngase en
cuenta que en el turbulento tablero geopolítico internacional Nuestra América
brilla como una envidiable, y única, zona de paz. Lo único que perturba este
panorama es el conflicto interno en Colombia y la desestabilización de México,
pero ambas son situaciones que se constituyen en el ámbito doméstico.
[10] Sólo Colombia podría, si fracasaran las negociaciones de paz en curso
en La Habana, alterar significativamente los equilibrios internacionales del
área. No obstante, en el caso de México no habría que descartar que si se
acelerara y profundizara la descomposición de la situación interna debido a la
explosiva combinación entre el creciente poderío del narco -que podría llegar a
someter a su arbitrio a las diversas ramas del aparato estatal- y una
repotenciada protesta social los Estados Unidos podrían, en tal eventualidad,
considerar muy seriamente la posibilidad de invadir y ocupar una parte de la
frontera norte mexicana con el pretexto de preservar la “seguridad nacional”
estadounidense amenazada por el caos al sur del Rio Grande. Lo hicieron en el
pasado y nada autoriza a pensar que no volverían a hacerlo una vez más si lo
considerasen conveniente. Hipótesis extrema, pero que en función de las
enseñanzas de la historia sería sumamente imprudente descartar. Va de suyo que
una movida de ese tipo tendría enormes repercusiones internacionales, que
reverberarían mucho más allá del hemisferio americano.
[11]
Es a causa de todo lo anterior que
Washington está poniendo cada vez más empeño en “reordenar” una región que desde
el triunfo de Chávez en las elecciones presidenciales de 1998 ha ido
progresivamente emancipándose de la pegajosa tutela y control que Estados Unidos
ejerció sobre lo que con indisimulado desprecio se llama, en los círculos
oficiales de ese país, su “patio trasero”. La oleada bolivariana desencadenada
por Chávez facilitó la supervivencia de la acosada Cuba y tuvo reflejos
concéntricos en el mundo andino: Bolivia y Ecuador se plegaron a la misma y, en
el litoral atlántico, surgieron gobiernos más moderados en Argentina, Brasil y
Uruguay pero que, pese a la tibieza de algunas de sus iniciativas, en el terreno
internacional aportaron un apoyo decisivo para, entre otras cosas, hacer
naufragar el proyecto más importante que el imperio tenía reservado para América
Latina y el Caribe: el ALCA, sepultado en Mar del Plata en Noviembre del 2005.
El cambio de política hacia Cuba tiene
por objetivo neutralizar un permanente factor de perturbación de las relaciones
hemisféricas y abrir el paso a una política más eficaz para recuperar el control
las díscolas naciones del sur. El objetivo es claro: garantizar la estabilidad y
la complicidad de la retaguardia imperial para que Washington pueda actuar en
los “puntos calientes” arriba señalados sin temor a que su distracción en
lejanos teatros de operaciones desate una radicalización tan indeseable como
incontenible en los países de América Latina y el Caribe. Para enfrentar con
éxito esta tercera guerra mundial en gestación es esencial retomar el control de
Venezuela, donde al día de hoy se alojan las mayores reservas comprobadas del
mundo. Pero dicho objetivo no se alcanzará manteniendo la vieja y fracasada
política hacia Cuba, que provoca la repulsa del resto de las naciones del
hemisferio. Por eso el presidente Barack Obama dió el primer paso para
“normalizar” las relaciones con la Isla pero al día siguiente redobló su ataque
a la República Bolivariana promulgando un proyecto de ley, impulsado nada menos
que por el Senador Bob Menéndez (conocido por sus estrechas vinculaciones con la
mafia anticastrista de Miami)
[12] que establece sanciones
económicas a gobernantes y políticos venezolanos “responsables por violaciones
de los derechos humanos de manifestantes antigubernamentales” que entre Febrero
y Abril del 2014 tomaron las calles y mediante violentas manifestaciones exigían
la renuncia del presidente Nicolás Maduro. Ni a este impresentable senador ni a
Obama les importó que los autores o instigadores de actividades violentas
–incluyendo asesinatos, robos, incendios, destrucción de edificios y bienes
públicos, etcétera- que busquen alterar el orden constitucional o remover
autoridades apelando a la violencia serían acusados del delito de sedición en
Estados Unidos (y en casi todo el mundo) y pasibles de ser sancionados con
durísimas penalidades que, en este país, incluirían la prisión perpetua. Pero
como se trata de recuperar a la Venezuela Bolivariana de cualquier forma, los
autores intelectuales y apologistas de esos actos de salvaje vandalismo, como
Leopoldo López y María Corina Machado, lejos de ser acusados por esos delitos
son exaltados como figuras ejemplares, síntesis de los valores republicanos y
libertarios, y elevados a la categoría de “combatientes por la libertad”. Poco
importa que la mayor parte de las víctimas de aquel intento sedicioso fuesen
miembros de los servicios de seguridad del estado y militantes chavistas, tal
como ha sido reconocido por organizaciones independientes de derechos humanos
radicadas en Venezuela. Para no hablar del doble rasero que significa sancionar
a miembros del gobierno venezolano por preservar el orden constitucional del
asalto de los sediciosos y no proceder de igual modo, por ejemplo, con las
autoridades colombianas cuando informes inapelables certifican que el ejército
ejecutó al menos a 5.763 civiles inocentes entre 2000 y 2010; o con las
autoridades hondureñas, en donde después del golpe de estado de 2009 los
asesinatos extrajudiciales se realizan con total impunidad; o con las de México,
en donde es sabido que la desaparición de los 43 estudiantes normalistas en
Ayotzinapa fue orquestada y ejecutada con la participación -o al menos la
abierta complicidad- de autoridades civiles y militares de la Federación y del
estado de Guerrero?
[13] La
espina cubana
La “normalización” de las relaciones con
Cuba tiene pues una tenebrosa contrapartida: liberar las manos del imperio para
abalanzarse con fuerza para doblegar al gobierno chavista y recuperar el
petróleo venezolano.
[14] Además responde a una necesidad
geoestratégica insoslayable, y ante la cual tanto la ruptura de relaciones
diplomáticas como el bloqueo se convirtieron en molestos estorbos para
Washington. Lo que se logró con ambas políticas fue facilitar la penetración de
China y Rusia en la mayor de las Antillas y, por extensión, en la “tercera
frontera” de Estados Unidos: el Mar Caribe. Todos los textos e informes
recientes sobre la seguridad nacional norteamericana señalan una y otra vez que
aquellos dos países son “enemigos” que es preciso vigilar, controlar y, de ser
posible, someter o derrotar, toda vez que la recomendación de Brzezinski en el
sentido de “atraer y seducir” a ambos países demostró ser un rotundo fracaso.
Máxime cuando, en el
Mare Nostrum norteamericano China ha emprendido sin
consultar ni mucho menos pedir permiso a Washington un megaproyecto llamado a
ejercer una extraordinaria influencia no sólo en el comercio internacional: un
nuevo canal interoceánico a través de Nicaragua, obra para la cual el nuevo
puerto cubano de Mariel asume una importancia estratégica. Rusia, por su parte,
ha dado a conocer sus planes de impulsar la proyección global de su armada, lo
que contempla, entre otras cosas, una mayor presencia en aguas caribeñas. Lo que
estos dos países hacen en Cuba, y están haciendo en la zona del Gran Caribe, es
un misterio para las agencias de inteligencia y las fuerzas armadas
estadounidenses. ¿Hay proyectos militares en juego que subyacen a los crecientes
relacionamientos económicos que China y Rusia desarrollaron en el área? De ser
así, ¿cuáles son, donde están localizados y qué implicaciones tienen para la
seguridad nacional de los Estados Unidos? ¿Cómo podrían ser neutralizados? ¿Cuál
es el estado de la “sociedad civil” en Cuba? ¿Cuál debería ser la hoja de ruta
para preparar el tan anhelado “cambio de régimen” que ponga fin a la Revolución
Cubana? ¿Qué modelo aplicar: la “revolución de terciopelo”, al estilo checo, o
hay condiciones para ensayar una fórmula más rápida y violenta, al estilo de los
“cambios de régimen” practicados en Libia o Ucrania? Todas estas son cuestiones
de enorme importancia que no pueden ser confiadas a “amateurs” como Alan Gross.
Por el contrario, hay que desplegar en la isla un número suficientemente grande
de agentes para obtener información sensible y confiable, para lo cual se
precisa la cobertura de una embajada dotada de un numeroso personal que, bajo el
paraguas diplomático, pueda realizar esas actividades de inteligencia.
La política seguida a lo largo de más de
medio siglo demostró ser, como decíamos más arriba, no sólo inefectiva sino
contraproducente. Y Obama quiere corregir eso, pronto. Claro que la plena
normalización diplomática exigirá que el Congreso levante el bloqueo, de lo
contrario la iniciativa anunciada el 17 de Diciembre quedaría a mitad de camino,
no sólo por la incoherencia que significa pretender “normalizar” las relaciones
entre Cuba y Estados Unidos y, simultáneamente, mantener el bloqueo. Se dice que
los sectores más reaccionarios del espectro político norteamericano en el
Congreso se opondrán a esa iniciativa. Seguramente será así, pero no sería raro
que junto a poderosos intereses comerciales -deseosos de establecer vínculos con
Cuba- el lobby del Pentágono y la CIA convenza a los más recalcitrantes que la
seguridad nacional norteamericana exige votar el fin del bloqueo, algo que hasta
apenas ayer parecía imposible y que el propio gobierno de Estados Unidos
promoverá no por razones de respeto a la legalidad internacional o solidaridad
con el pueblo cubano sino exclusivamente en función de sus intereses
estratégicos globales. Tanto Obama como Kerry lo dijeron con todas las letras:
Washington no abandona su propósito de fomentar las fuerzas que dentro de Cuba
pudieran precipitar un “cambio de régimen”, fomentar el activismo y la
participación de la “sociedad civil”, y promover una “prensa libre” y el
pluralismo político, preocupaciones estas que desaparecen como por arte de magia
cuando el falaz régimen norteamericano habla de Arabia Saudita, país sin
sociedad civil, sin prensa libre y en donde los partidos políticos están
prohibidos. Sería inútil exigirle coherencia doctrinaria a un imperio cuyo
objetivo excluyente es saquear los bienes comunes de nuestro planeta para
mantener un patrón de consumo absolutamente irracional e insostenible, no ya en
el largo plazo sino en la actualidad y mediante la militarización de las
relaciones internacionales. Lo cierto es que, pese a toda la verborragia, el
objetivo estratégico de Estados Unidos sigue siendo el mismo; lo que cambia es
la táctica. Ahora se recurrirá al “poder blando”, eufemismo que significa tratar
de apelar a los recursos derivados del supuesto atractivo de la sociedad
norteamericana, sus también presuntos valores de igualdad, justicia, libertad,
convenientemente manufacturados por la industria cultural basada en Hollywood
pero desmentidos día a día por la realidad, para convencer a los cubanos
mediante un intenso bombardeo propagandístico que una sociedad que mata
afrodescendientes a destajo, que deja grandes segmentos al margen de toda
atención médica y de la seguridad social, que impide que sectores de clase media
puedan acceder a las universidades y que cuenta con la peor distribución de
ingresos y recursos del mundo desarrollado es el espejo en el cual deben ver su
propio futuro. “Poder blando”, aclarémoslo de entrada, que es apenas el reverso
de la medalla en cuyo anverso se encuentra el “poder duro” de la mayor fuerza
militar jamás conocida en la historia de la humanidad y dispuesta a ser aplicada
sin mayores escrúpulos cuando sea necesario.
Muchos observadores han expresado su
preocupación por este cambio de la política norteamericana. ¿Representa o no un
desafío para Cuba? ¡Por supuesto que sí!, pero aún peor es el reto emanado de la
continuidad sine die del bloqueo, que ha causado enormes daños materiales
a Cuba. Según las últimas estimaciones del Ministerio de Relaciones Exteriores
de ese país el costo económico de esa política equivale a dos Planes Marshall en
contra de la Isla, mientras que con un solo Plan Marshall se reconstruyó la
Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial. Ni se hable de los costos “no
económicos” medidos en sufrimientos humanos, privaciones, frustraciones y otras
secuelas de esa criminal política de agresión imperialista. Este fue un desafío
que Cuba supo repeler, pero a un precio exorbitante. La continuidad indefinida
del bloqueo obliga a preguntar cuanto tiempo más podría Cuba resistir esa
situación sin erosionar la legitimidad del orden revolucionario, librando
batalla en un terreno en el cual no tiene chances de prevalecer. En cambio, el
desafío que plantearía la penetración norteamericana –económica pero también
política y cultural- una vez eliminado el bloqueo podría ser respondido desde
una posición mucho más favorable. Tal como lo recordara José Martí, “trincheras
de ideas valen más que trincheras de piedras”, y Cuba posee, gracias a Martí y a
la incansable labor pedagógica de Fidel a lo largo de más de medio siglo, una
formidable trinchera de ideas contra la cual se estrellará la propaganda
norteamericana, el consumismo desenfrenado y las mentirosas ilusiones fomentadas
por el American way of life que el pueblo cubano conoce muy bien desde
1898. Sin dudas, la densidad de la cultura cubana es incomparablemente más
fuerte que la salud de su economía y librar la batalla en el terreno cultural,
para derrotar al “americanismo”, como le llamaba Antonio Gramsci, es la táctica
sin dudas más apropiada. La historia demuestra que Cuba puede derrotar a Estados
Unidos desde la cultura y la política, no desde la economía. De los dos
desafíos, por lo tanto, el más manejable es el que se abre con la normalización
de las relaciones diplomáticas y el eventual fin del bloqueo. Si en la ex Unión
Soviética “los espejitos de colores” del capitalismo fueron aceptados como
buenos por su población fue porque allí no hubo ni un Martí ni un Fidel. No es
el caso de Cuba, cuya población tuvo estos dos geniales maestros y además conoce
el imperio como pocas, porque le tocó sufrirlo entre 1898 y 1958, y sabe muy
bien que una cosa es la propaganda capitalista y otra completamente distinta el
capitalismo “realmente existente”.
Por eso, ante las novedades aportadas
días atrás y para evitar una re-edición de la “Obamamanía” que tantas
decepciones ocasionara entre los ilusos que cayeron en esa trampa, y que ahora
creen que Washington cambió, que abandonó sus planes de hacer retroceder el
reloj de la historia hemisférica hasta la medianoche del 31 de Diciembre de
1958, antes del triunfo de la Revolución Cubana, se impone recordar lo que
dijera el Che: “al imperialismo no se le puede creer ni un tantico así, ¡nada!”
Sería gravísimo desoír tan sabio consejo en una coyuntura como la actual, cuando
la validez de las palabras del “guerrillero heroico” es mayor que nunca.
[1] Cf.
El gran tablero mundial. La supremacía
estadounidense y sus imperativos geoestratégicos ( Madrid y
Buenos Aires: Paidós, 1997)
[2] Para un examen de estos temas ver nuestro
América
Latina en la Geopolítica del Imperialismo (Buenos Aires: Ediciones
Luxemburg, 2012 y nueva edición aumentada en 2014). Esta nueva edición está
disponible en México, España, Venezuela, Cuba y, próximamente, lo estará en
Chile, Bolivia y Ecuador). Véase asimismo “Pensamiento Estratégico
Estadounidense”, la transcripción de la conferencia que el autor de estas líneas
y Alexia Massholder ofrecieran en el ISRI (Instituto Superior de Relaciones
Internacionales) del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, en el mes de
septiembre del 2014 y que próximamente estará accesible en la web.
[3] El Gran Tablero , op. cit, pg. 63.
[4] Strategic Vision. America and the crisis of global
power (New York: Basic Books, 2012)
[5] Sobre este tema ver Pepe Escobar,
Globalistán: How
the globalized world is dissolving into liquid war (Ann Arbor: Nimble
Books, 2006) y su más reciente
Empire of Chaos (Ann Arbor: Nimble
Books, 2014)
[7] Un indicio de la
extrema gravedad de la situación actual se infiere del anuncio oficial de esta
nueva doctrina, en cuya ocasión Moscú declaró que si bien esta es de carácter
defensivo no renunciará al derecho utilizar su arsenal nuclear. El artículo 27
de la doctrina dice que "la Federación de Rusia se reserva el derecho a utilizar
armas nucleares en respuesta a ataques con armas nucleares u otras armas de
destrucción masiva en contra de Rusia y/o de sus aliados, así como en el caso de
una agresión a la Federación de Rusia con armas convencionales que suponga una
amenaza para la existencia del Estado". Nótese que entre los aliados sobresalen
sus socios del BRICS: Brasil, India, China y Sudáfrica. Esta clase de
afirmaciones no se escuchaban en Rusia desde los tiempos de la Unión Soviética.
Ver “La nueva doctrina militar de Rusia cita a la OTAN como una de las
principales amenazas”, en
http://actualidad.rt.com/actualidad/161547-putin-modifica-doctrina-militar-rusia
[9] Antes de llegar a la situación de los últimos días Noam
Chomsky había alertado sobre la extrema peligrosidad de la actual situación
internacional, que podría, en el “escenario del peor caso”, culminar con una
guerra termonuclear que destruyera a sus iniciadores. Ver su “ World ominously
close to nuclear war” en
http://rt.com/news/202995-chomsky-rt-nuclear-war/
[10] Por supuesto, podría agregarse el caso de Honduras, un país que
desde el golpe de estado que desalojó a Mel Zelaya del poder ingresó en una
interminable espiral de violencia doméstica causada por el paramilitarismo
-encargado de “disciplinar” a la población hondureña- y su aliado natural en
todos nuestros países: el narcotráfico. También el de Haití, cuyo martirio
parecería no tener fin. Pero aún así, estos dos casos no tienen, en el momento
actual, condiciones para alterar decisivamente la situación del hemisferio.
[11] Recuérdese que con la firma del ASPAN, el Acuerdo para
la Seguridad y Prosperidad de América del Norte, Estados Unidos ya dispone de
numerosos efectivos de sus cuerpos policiales, de inteligencia y de las propias
fuerzas armadas actuando a plena luz del día y “legalmente” en territorio
mexicano. Una invasión sería un salto en la magnitud de esa presencia más no una
absoluta novedad.
[12] El 25 de Enero de
2014 la cadena televisiva NBC informaba desde Nueva York la ampliación de la
investigación por crímenes federales que podría haber cometido el senador
demócrata por New Jersey Robert “Bob” Menéndez, quien es un asiduo visitante de
los juzgados de su país. En este caso el Departamento de Justicia está
investigando las gestiones hechas por el senador a favor de William y Roberto
Isaías, dos banqueros ecuatorianos fugitivos de la justicia por multimillonarias
estafas cometidas durante las turbulencias de los años noventa en Ecuador. Los
Isaías, al parecer, hicieron significativas contribuciones a favor de Menéndez a
cambio de la protección mafiosa que este le prestó para que, a pesar de las
requisitorias de la justicia ecuatoriana, pudieran radicarse sin problemas en
Estados Unidos y desarrollar en ese país lucrativas actividades. Más en:
[13] Sobre esto ver Alexander Main, “ Un paso adelante y un
paso atrás en la política de Estados Unidos hacia América Latina ” (Washington:
Documento de Trabajo Center for Economic and Policy Research, 19 Diciembre 2014)