Víctor
Manuel Ramos.
La democracia liberal, como filosofía de sustentación
de un sistema político, es relativamente reciente, pero su fracaso es espectacular
si nos atenemos a la praxis, praxis que, según Marx, es el único criterio válido de la verdad. En la
democracia ateniense, el pueblo ejercía la soberanía plena, no elegía
representantes para que votaran por él sino que participaba activamente, mediante
su opinión y su voto, en la adopción de decisiones, con el lunar de que había
esclavos excluidos del sistema.
El fracaso del sistema democrático liberal,
implantado en nuestros países por los próceres de la independencia, se basó fundamentalmente
en los ideales de libertad, igualdad y fraternidad propalados por la revolución
francesa y por los ideales de independencia que impulsaron la independencia de
Los Estados Unidos de América. Lo que ocurre con la revolución francesa no es
más que el resultado del descontento a que el pueblo francés había llegado como
consecuencia del sistema injusto que imponían los reyes y señores feudales,
quienes se proclamaban dueños de tierras y hombres y que sumieron a la
humanidad en el oprobioso oscurantismo de la Edad Media, superado por el arte y
la ciencia y el libre pensamiento que preconiza el Renacimiento. Aquellos
gobernantes absolutistas, opuestos a todo cambio, que rigieron a los antiguos
pueblos de Europa durante la Edad Media, dominada por el feudalismo, no
asumieron sus puestos de gobernantes por gracia de Dios, sino por el
sometimiento de los pueblos mediante las armas, la religión dogmática y la
ignorancia a que sometieron a los campesinos y artesanos. En la introducción de
su libro “Historia socio económica de América Central Española”, Murdo J,
Maclead, nos relata la miseria a que fue sometida la población plebeya de
Europa, la mayoría, por los gobernantes absolutistas.
Francisco Morazán planteó una democracia liberal
destinada a la implantación de un Estado de derecho basado en el progreso del
pueblo mediante el disfrute de las garantías esenciales y la independencia
plena, libre del tutelaje de los imperialismos que empezaban a perfilarse: Los
Estados Unidos e Inglaterra, que se disputaban la posesión de los territorios
colonizados por los españoles. En ese empeño tuvo que oponerse a la Iglesia, a la oligarquía realista que quería la continuación
del sistema feudal que los conquistadores españoles implantaron en nuestras
tierras, con el único fin de expoliar sus riquezas como fin supremo de su
aventura de dominación, negando todo derecho a los nativos, quienes incluso
fueron objeto casi de exterminio y que ahora siguen olvidados, inmersos en la
más degradante miseria. Aún seguimos en deuda con ese ideal libertario de
Morazán.
Derrotado Morazán, la República Federal se desmembró,
porque así convenía a los intereses de los norteamericanos que encontraron en
los gobernantes catrachos, pusilánimes mercaderes de la soberanía de Honduras.
Por eso decía Rafael Heliodoro Valle que la historia de Honduras se puede
resumir en una lágrima. La historia verdadera señala a los gobernantes
traidores a la Patria que firmaron convenios en contra de Honduras, los que
ensangrentaron la país mediante guerras fratricidas, los que entregaron a las
bananeras las fierras más fértiles en concesión vergonzosa, los que pidieron la
intervención yanqui para asumir el mando del país, los que se instalaron en el
poder por largos años para satisfacer los mandatos de la compañía fruteras, convertidas
en el verdadero poder en Honduras, los que siendo garantes de la soberanía
popular se impusieron mediante las armas y convirtieron el erario público en su
botín particular, los que convirtieron al país en una base de agresión a
Nicaragua y a los guerrilleros salvadoreños y asesinaron y desaparecieron a una
buena cantidad de hondureños, los que propiciaron el último golpe de Estado y
han conducido al país al estado de calamidad moral, económica y política en que
se debate Honduras, los que han puesto en venta el territorio y la soberanía
nacionales.
La democracia en Honduras y en Latinoamérica ha sido
un remedo, como dice el sociólogo Héctor Martínez, porque nunca hubo interés
alguno en que se implantase una verdadera democracia basada en el postulado de
que la soberanía reside en el pueblo y de que nadie debe obediencia a
gobernantes ilegítimos. Todo ha sido una mera ficción: lo repito, nuestros gobernantes
no han respondido a los intereses del pueblo sino a los intereses que nos han
impuesto desde el extranjero y que han coincidido con el malinchismo de
nuestros gobernantes.
Para suerte de nuestros pueblos, ha surgido en
América Latina una nueva ola destinada
a recuperar, para el disfrute de
los ciudadanos, las riquezas naturales y de intelecto de nuestros pueblos y
territorios. En tal sentido se han pronunciado, con absoluta libertad, los
venezolanos, los nicaragüenses, los ecuatorianos, los bolivianos, los
argentinos, los uruguayos. Los
gobernantes de esos países han emprendido un retorno al pueblo, a la vieja
democracia ateniense que confía en el pueblo y que le consulta para la adopción
de las más importantes decisiones. Todo esto contrapuesto a la burla electoral
que se ha producido, por dos veces consecutivas en México, al golpe de Estado
perpetrado en Paraguay, al golpe de Estado en Honduras. Zelaya iba por el
camino de la auténtica democracia y como se atrevió a consultar al pueblo,
aterrorizó a la cúpula oligárquica política y religiosa y perpetraron un golpe en
contra de su gobierno y de su decisión de hacer partícipe al pueblo para
decidir el rumbo que debe tomar el país.
La democracia falsamente representativa no dio fruto
alguno, por eso se ha agotado completamente.
Ya Marx analizó, con profundidad, los efectos deshumanizantes del sistema capitalista
y Lenin interpretó la vía política del marxismo que, con algunos ajustes sigue
siendo una teoría válida y que se ha convertido en el socialismo del siglo XX,
preconizado por Hugo Chávez y que se está llevando a la práctica, con buen
suceso para los pueblos, en varios países del continente. Marx analizó el capitalismo
y desentrañó las contradicciones estructurales del sistema que conducen a su
supresión. La democracia tradicional descansa en el capitalismo, la democracia
participativa que preconizan los pueblos descansa en un socialismo humanista.
Algunos, opuestos tenazmente a la consolidación de
la liberación de nuestros pueblos, despotrican en defensa de las constituciones
que elaboraron a su gusto y antojo y que violaron cuantas veces les fue
necesario. Las nuevas constituciones han surgido del pueblo y han dejado de ser pétreas, camisas de fuerza
para impedir el progreso de las mayorías y se han convertido en instrumentos
flexibles que deben acomodarse a las circunstancias cambiantes de nuestra
realidad y de nuestros avances políticos para solidificar los cambios que nos
aseguran el progreso con igualdad y justicia.
Lo más grandioso en América Latina es que se está
acabando con los remedos de democracia para la implantación de una nueva democracia
basada en el humanismo y que aspira a convertir al hombre y su bienestar en el
fin supremo del que hacer político y económico. Una democracia que se basa en
el deseo de las mayorías. La democracia neoliberal, por su estrepitoso fracaso,
está destinada al basurero de la historia.
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