viernes, 26 de febrero de 2016

Las guerras globales y las potencias emergentes (III).

Marco A. Gandásegui, hijo, profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del CELA.

La semana pasada interrumpimos la segunda parte de este artículo cuando analizábamos los enfrentamientos militares del siglo XXI.

Aunque no aparecen enfrentados militarmente en escenario alguno, los principales actores del siglo XXI son EEUU y China. El primero defiende sus posiciones conquistadas en el siglo XX, el segundo se mueve rápidamente para convertirse en la potencia dominante del siglo XXI. Pareciera que los dos países se movieran por rieles paralelos. Sin embargo, hay un enfrentamiento sordo entre ambas potencias que es contenido por la diplomacia de ambas potencias. China rara vez muestra su poderío en forma directa utilizando, en su lugar, terceras fuerzas (proxies). Sólo cuando EEUU se introduce en su territorio reacciona: la Plaza Tiananmen, Tibet, Hong  Kong, Taiwán o el Mar del Sur de China.

La estrategia de EEUU consiste en dominar las redes financieras globales que aseguren su control sobre la economía mundial. Hace varios lustros perdió su primacía en el mundo de la producción industrial y su clase obrera disminuye con el paso de los años. Cuenta con dos cartas adicionales: Por un lado, su hegemonía ideológica-cultural y, por el otro, su inmenso arsenal militar que le permite intervenir en casi cualquier rincón del mundo. Con estas dos herramientas intenta socavar las alianzas de Pekín con sus vecinos (Rusia e India), así como con potencias medianas en otros continentes (Alemania, Brasil, Africa del Sur).

La estrategia de China consiste en convertirse en el motor industrial del mundo, objetivo que ya logró. Además, la acumulación capitalista le permite, en la actualidad,  competir en el plano financiero global y colocarse en la punta de la carrera armamentista y espacial. China también pretende lograr estos objetivos sin chocar directamente con EEUU. Mejoró sus relaciones con Moscú y está trabajando para establecer un eje euro-asiático cuyos polos serían Pekín y Berlín.

La respuesta de EEUU a la estrategia China tiene dos grandes vertientes que no siempre se complementan. Las mismas se traducen en las propuestas de los consejeros presidenciales, Kissinger y Brzezinski. Ambas tienen un fuerte contenido militarista ya que la capacidad financiero-económica del viejo orden, basado en el eje nor-Atlantico, se debilita cada vez más. En el caso del primero, sería encerrar a China definitivamente mediante una alianza entre Washington y Moscú. Es la estrategia de la contención que dio buenos resultados durante la “Guerra Fría” del siglo XX. La posibilidad de que esta alianza se realice fue descartada por EEUU en la década de 1990 cuando la OTAN ocupó los países del antiguo Pacto de Varsovia y las ex-repúblicas soviéticas. La dirección rusa actual acusa a EEUU de traición por no cumplir con su palabra cuando negoció con Gorbachev, en 1991, el desmantelamiento de la Unión Soviética.

Los gobernantes norteamericanos desde 1991 se han inclinado más hacía la propuesta de Brzezinski quien sostiene que el desmantelamiento de la antigua Unión Soviética y la actual Rusia tiene que ser completa y terminal. El asesor de Seguridad Nacional del presidente Carter (1977-1981) sugiere una Rusia dividida en tres partes: la parte europea, la Siberia asiática y el extremo oriente (Vladivostok). De esta manera EEUU podría mover las fronteras de la OTAN hacia el norte y oeste de China.

En la actual campaña electoral de EEUU ha surgido un candidato extemporáneo y aparentemente díscolo en el Partido Republicano. En sus discursos siempre incluye algo inusitado que desconcierta a los políticos tradicionales (establishment). Está siempre dispuesto a hablar mal de los mexicanos, insultar a las mujeres o denigrar a los musulmanes. Lo que no aparece en el radar de los medios de comunicación sobre el candidato favorito del Partido Republicano, Donald Trump, es su interés en llegar a un acuerdo con Rusia.

Trump es el primer candidato con posibilidades de ganar la convención de un partido importante en la historia de EEUU que no surge de las filas partidistas. Su popularidad es producto de la existencia de una enorme masa de norteamericanos descontenta con la decadencia de la economía de ese país. Son miembros de las capas medias que sienten frustración al ver que sus niveles de vida son inferiores a los de sus padres. Es decir, sienten que la actual generación ha retrocedido en su nivel de bienestar comparada con la anterior.

La próxima semana entregamos la cuarta y última parte de este análisis.


Febrero de 2016.

jueves, 25 de febrero de 2016

Defensoría: ¡ungido no!

Julio Yao Villalaz

La elección del próximo defensor o defensora del Pueblo por parte de la Asamblea Nacional puede exponer algunos vicios de nuestro sistema político, si no se advierten los errores en que podrán incurrir los ‘padres' y ‘madres' de la Patria y se evita una contradicción fundamental con los principios democráticos, tanto del Órgano Legislativo como de la Ley 7 de 1997 que crea la Defensoría del Pueblo.

De la Ley 7 de 5 de febrero de 1997, cito el Artículo 13 del Capítulo II sobre Incompatibilidades y Prerrogativas: ‘El ejercicio del cargo de Defensor o Defensora del Pueblo es incompatible con la filiación partidista y con el desempeño de cualquier otra actividad político-partidista profesional o comercial, ya sea remunerada o no remunerada...'.

La Defensoría del Pueblo es el instrumento más idóneo (si no el único) de la sociedad, específicamente de las grandes mayorías, para protegerse de las arbitrariedades del poder y la desigualdad social y es el arma democrática por excelencia de los sectores menos favorecidos en su permanente bregar.

Los sectores mayoritarios deben defenderse del hegemonismo que se abate sobre ellos en nombre del neoliberalismo, las empresas transnacionales, las élites bancarias, el cambio climático, el sistema anacrónico de salud, la burocracia, la injusticia, la corrupción y la falta de diligencia oficial.

Por esa razón, la Defensoría del Pueblo debe administrarse con total independencia de los poderes estatales, gubernamentales e institucionales que la rodean y tratan de ahogarla y descarrilarla para que no cumpla sus objetivos en bien de la sociedad.

La Defensoría es una ventana abierta, un cauce, a la democracia. Sin ella, la sociedad se convierte en una olla de presión que pronto podría estallar en una revolución social. Por ese motivo, es sabia la Ley 7 que enfatiza la independencia de la Defensoría, así como el Artículo 13 que hace incompatible con el cargo de defensor cualquier filiación partidista o el desempeño de toda actividad político-partidista.
En efecto, ¿qué independencia frente al Ejecutivo, el Legislativo o el Judicial, o ante su propio gremio, tendrá un defensor que llegó al cargo por ser miembro de un partido político, por ser funcionario en el actual Gobierno o el anterior, por haber sido testaferro, colaborador o consejero de diputados y caciques políticos?

Nada más hay que leer o escuchar los medios de comunicación para percatarse que ya la opinión pública percibe que los conspiradores de siempre ya tienen un ungido. Y, aunque sean creíbles las negativas de algunos voceros de los partidos políticos, el pueblo percibe que El Ungido (no es novela de Semana Santa) será coronado y eso es lo que cuenta (‘¡Vox Populi, Vox Dei!'). ¡Gana la Partidocracia, pierde el Pueblo!

De poco vale el Artículo 13, si el Artículo 14 le abre una puerta de escape a un posible infractor: ‘A los treinta días de su nombramiento, el titular de la Defensoría del Pueblo tendrá que haber cesado en toda situación de incompatibilidad, presumiéndose, en caso contrario, que renuncia tácitamente al cargo'.

Lindo, ¿no es cierto? Puedo ser miembro de un partido y, aunque toda la vida haya hecho carrera (y chupado) bajo esa tolda, basta con que me nombren defensor, porque antes de los 30 días oprimo la tecla ‘delete' o cancelar y ¡zas!, a la papelera. Total, en 30 días a nadie se le olvidan las lealtades, los favores ni todas las golosinas de la Partidocracia.

Nadie que no sea un tonto deja de pertenecer al ‘Establishment' en 30 días. Tan es así que un banco local tiene un número de teléfono para aquellos clientes que cierran sus cuentas, pero quieren permanecer leales al banco: se le conoce como ‘el número de la lealtad'.

El Artículo 14 debilita, daña, el Artículo 13 e introduce una contradicción que raya en la inconstitucionalidad.

Si, encima de que se nos cuele El Ungido, tomamos en cuenta que las opiniones del defensor no son obligatorias —especialmente si afectan mi relación con mis electores (patrones)— me pregunto: ¿qué clase de independencia tendrá El Ungido? ¿Para qué crear una Defensoría del Pueblo venida a menos y rebajada desde su cuna? ¡Mucho dinero para un simple ‘Buzón de Quejas'!


Aunque sea la única vez, debe permitirse a los diputados elegir conforme a su conciencia al próximo defensor del Pueblo y eximírseles de su obediencia al partido para salvar el último bastión de la democracia popular.

lunes, 1 de febrero de 2016

Frei Betto: Descuidar la educación ideológica, grave error.

Por Luis M. Arce y Anubis Galardy.

La Habana (PL) Para el fraile dominico brasileño Frei Betto, una de las causas principales de retrocesos en gobiernos progresistas en América Latina es el descuido en la formación ideológica de la sociedad.

A juicio de uno de los gestores de la teología de la liberación, no se trata de un fenómeno nuevo ni propio del continente, pues ya se había dado en la antigua Unión Soviética y en el resto de Europa del Este.

En una detallada entrevista con periodistas de Prensa Latina durante su participación en la II Conferencia Internacional Con todos y para el bien de todos, dedicada a José Martí, Betto defendió esos criterios a la luz del pensamiento político y antimperialista martiano.

Hemos avanzado mucho en los últimos años, se logró elegir jefes de Estado progresistas, conquistar conexiones continentales importantes como la alianza bolivariana, Celac, Unasur, pero se cometieron errores.

Según precisó, desde el punto de vista humano lo más fuerte fue no cuidar la organización popular, el trabajo de educación ideológico y allí entra en juego José Martí porque él siempre se preocupó por el trabajo ideológico.

Ahora tenemos que hacernos una autocrítica fuerte y preguntarnos cómo vamos a rescatar esos gobiernos progresistas desde el punto de vista de países como Venezuela, Argentina, Brasil. ¿Cómo evitar en Venezuela y Brasil, por ejemplo, la catástrofe de lo que acaba de suceder en Argentina?
A una pregunta sobre si retrocesos de esa naturaleza fueron advertidos en las ideas martianas, Betto responde positivamente.

Sí. Los retrocesos en una sociedad desigual significan que hay una permanente lucha de clases. No podemos engañarnos, pues no se garantiza el apoyo popular a los procesos dando al pueblo sólo mejores condiciones de vida, porque eso puede originar en la gente una mentalidad consumista.

En Brasil, ejemplifica, mucha gente ya está aburrida porque no puede consumir como antes. Yo diría que, con todos los logros del gobierno del Partido de los Trabajadores con los presidentes Lula y Dilma, lamentablemente hemos desarrollado una conciencia más consumista que ciudadana.

¿Cuál es el problema? No se politizó a la nación, no se hizo un trabajo político, ideológico, de educación, sobre todo en los jóvenes, y ahora la gente se queja porque ya no puede comprar carros o pasar vacaciones en el exterior.
Estamos volviendo atrás, sobre todo, porque no hemos desarrollado una política sostenible; no hemos hecho reforma estructural, reformas agrarias, tributarias, presidenciales, políticas. Encauzamos una política buena pero cosmética, o sea, carente de raíz, sin fundamentos para su sustentabilidad.

Por eso si me preguntan qué va a pasar en Brasil, yo espero que no pase lo peor, que es el regreso de la derecha al poder. Ahora depende mucho de Dilma en los próximos dos o tres años.

Pero lamentablemente, por lo pronto, no hay señal de que va a cambiar la política económica que hace daño a los más pobres y favorece a los más ricos.

Los periodistas indagan si el consumismo y la corrupción que denuncia tanto están matando la utopía en pueblos de nuestra América, como Argentina y otros, y el entrevistado responde con un sí rotundo.
Sí, porque si la gente no tiene perspectivas de sentido altruista, solidario, revolucionario, de la vida, se va hacia el consumismo, y eso afecta toda perspectiva socialista y cristiana, que es desarrollar en la gente valores solidarios. La solidaridad es el valor mayor tanto del socialismo como del cristianismo.

En la perspectiva capitalista, al contrario, sustenta, la competitividad y la seducción de ese modo de producción es muy fuerte. Toda la presión de los medios de comunicación, publicidad, películas, telenovelas va dirigida a evitar que la gente quiera cambiar el mundo.

Según esos postulados, usted puede cambiar de camisa, de cabello, de anteojos, de carro o de cerveza, pero jamás cambiar su realidad política.

Betto insiste en que en eso radica la falla en gobiernos progresistas, no hicimos un trabajo de base, de formación ideológica de la gente, a pesar de saber que todos nosotros somos egoístas por naturaleza, desde niños.

La educación para el amor, para la solidaridad, es un proceso que hay que desarrollar pedagógicamente, y como eso no se cuidó desde un primer momento, ahora afrontamos las consecuencias, lamentablemente, particulariza.

Al abordar el proceso de distopía, es decir, los intentos de presentar la utopía como algo del pasado, reitera que en los países como Brasil o Venezuela, los gobiernos se equivocaron al creer que garantizar los bienes materiales equivalía a garantizar condiciones espirituales, y no es así.

En ese sentido Betto es también muy agudo en el caso de Cuba al opinar que el gobierno revolucionario, que ha hecho un trabajo ideológico de educación política con el pueblo, ha sido demasiado paternalista según su punto de vista.

Explica que la gente ha mirado a la revolución como  una gran vaca que le da leche a cada boca, pero con eso no se moviliza a la gente para un trabajo más efectivo en la consolidación ideológica relacionada, por ejemplo, con la producción agrícola e industrial.

También cree, aunque admite poder equivocarse, que la dependencia de la Unión Soviética llevó a Cuba a acomodarse un poco, y hoy importa del 60 al 70 por ciento de productos especiales de consumo y se convirtió prácticamente en una nación que exporta servicios médicos, educadores, profesionales e importa turistas para conseguir más divisas.

Tenemos que reflexionar todos para definir cuál es el camino entre una perspectiva consumista y una paternalista. Y ahí hay que contar con José Martí, recomienda.

Educación política, participación, compromiso efectivo con la lucha, adecuación de la teoría y la práctica, es lo correcto y ahí están los ejemplos de Martí, de Fidel Castro que han vivido dentro del monstruo, como el caso de Martí, y el de Fidel que proviene de una familia latifundista y se convirtió en revolucionario.

¿Qué pasó en la conciencia de José Martí y de Fidel Castro, quienes tenían la oportunidad de hacerse un lugar en la burguesía pero tuvieron una dirección evangélica para los pobres y asumieron la causa de la liberación?, se pregunta.

La respuesta es la que va a indicarnos el camino que vamos a seguir para evitar que el futuro de América Latina sea de nuevo un lugar de mucha desigualdad, de mucha pobreza, porque corremos el riesgo de ser de nuevo neocolonia de Estados Unidos y de Europa Occidental.

Tomando esas últimas afirmaciones recuerda algo en lo que viene insistiendo desde hace largo tiempo, relacionado con los cambios de paradigma en las sociedades nuestras.

Ya no son paradigmas altruistas, solidarios, como el Che, Camilo, Fidel, Raúl. La gente quiere imitar a los consumistas, sus cantantes, deportistas, porque son las imágenes que el capitalismo proyecta y los jóvenes quieren una razón de vivir, todos nosotros la queremos, y es una disputa permanente entre quienes quieren llevar a los jóvenes a su redil.

Pero no es fácil vivir en un mundo en el que el neoliberalismo proclama que la utopía está muerta, que la historia ha terminado, que no hay esperanza ni futuro, que el mundo siempre va a ser capitalista, que siempre va a haber pobres, miserables, y ricos, y que, como en la naturaleza, siempre va a haber día y noche y eso no se puede cambiar.

¿Pero cómo se resuelve un problema como ese, como en el caso de Argentina, donde hay decenas de partidos y una división atroz?, preguntamos y responde con una conceptualización política.

La derecha se une por interés, y la izquierda por principios, y cuando la izquierda pierde los principios, ahí está el lío.

Qué izquierda esta, afirma, que en Brasil admite corrupción, que hace políticas de ajuste fiscal para penalizar a los pobres y favorecer a los ricos. Entonces, cuando la izquierda viola el horizonte de los principios y va por los intereses, le hace el juego a la derecha.

En Brasil hay una frase definidora: "con esta izquierda no necesitamos tener la derecha porque ya está". Hay gobiernos progresistas pero con una tremenda corrupción y creen que se puede movilizar a un pueblo a través de consignas. No es así.

¿Cuál es la salida entonces?, preguntamos.
La tarea de la izquierda es movilizarse en la línea de una alta formación política y por ese camino es que debemos trabajar.

A corto plazo no hay salida, a corto plazo es que Cuba logre cómo establecer buenas relaciones con Estados Unidos y administrar bien la suspensión del bloqueo sin tornarse vulnerable a la seducción capitalista.

Eso es lo que me preocupa cuando veo a jóvenes irse del país para aprovechar la ley de ajuste porque es señal de que la gente está corriendo contra el tiempo para tornarse ciudadano de Estados Unidos porque en el momento en que termine el bloqueo esa ley va abajo. Pero Cuba tiene que preguntarse por qué jóvenes formados en la revolución quieren ser ciudadanos de Estados Unidos.

Esa visión suya de un asunto al que el gobierno cubano presta la máxima atención sirve de entrada para abordar uno de sus temas preferidos: el quiebre de los sueños.

El peligro que hay aquí, dice, es que la revolución la ven esos jóvenes como un hecho del pasado y no un desafío del futuro, y cuando la gente la ve como un hecho del pasado ya mira las cosas no por sus valores, por su horizonte revolucionario, sino por el consumismo también: quiero tener esto, lo otro, todas las cosas, y entonces aquí no pueden ahora, estiman que demora mucho y ven solo a aquellos pocos a quienes las cosas les han ido bien afuera.

El socialismo, asegura, ha cometido el error de socializar los bienes materiales, y no socializó suficientemente los bienes espirituales, porque un pequeño grupo podía tener sueños de cosas distintas que se podían hacer, y los demás los han tenido que aceptar.

El capitalismo lo hizo al revés, socializó los sueños para privatizar los bienes materiales. Miras la telenovela de O Globo, socializó los sueños, una familia está en la favela pero con el sueño de que un día será como esa heroína de la novela, yo también voy a llegar al mundo de los ricos ,y eso es el opio de los pueblos.

Es algo que el capitalismo descubrió para garantizar los bienes, no para compartirlos ni sacarlos de los sueños. Todos deben soñar y que cada uno alimente esa esperanza de que un día podrá ser también rico, un Pelé, una Lady Gaga, un Michael Jackson es su propuesta.


Y ahí llega el sufrimiento de los jóvenes que ponen en su vida cuatro cosas: dinero, fama, poder y belleza, y cuando no alcanzan ninguno de esos parámetros van siempre a los ansiolíticos, las drogas, viene la frustración de los falsos valores, la cual viene siempre desde donde hemos puesto nuestra expectativa.

Prensa Latina.