Marco A.
Gandásegui, hijo, profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador
asociado del CELA.
La semana pasada
interrumpimos la segunda parte de este artículo cuando analizábamos los
enfrentamientos militares del siglo XXI.
Aunque no
aparecen enfrentados militarmente en escenario alguno, los principales actores
del siglo XXI son EEUU y China. El primero defiende sus posiciones conquistadas
en el siglo XX, el segundo se mueve rápidamente para convertirse en la potencia
dominante del siglo XXI. Pareciera que los dos países se movieran por rieles
paralelos. Sin embargo, hay un enfrentamiento sordo entre ambas potencias que
es contenido por la diplomacia de ambas potencias. China rara vez muestra su
poderío en forma directa utilizando, en su lugar, terceras fuerzas (proxies). Sólo cuando EEUU se introduce
en su territorio reacciona: la Plaza Tiananmen, Tibet, Hong Kong, Taiwán o el Mar del Sur de China.
La estrategia de
EEUU consiste en dominar las redes financieras globales que aseguren su control
sobre la economía mundial. Hace varios lustros perdió su primacía en el mundo
de la producción industrial y su clase obrera disminuye con el paso de los
años. Cuenta con dos cartas adicionales: Por un lado, su hegemonía
ideológica-cultural y, por el otro, su inmenso arsenal militar que le permite
intervenir en casi cualquier rincón del mundo. Con estas dos herramientas intenta
socavar las alianzas de Pekín con sus vecinos (Rusia e India), así como con
potencias medianas en otros continentes (Alemania, Brasil, Africa del Sur).
La estrategia de
China consiste en convertirse en el motor industrial del mundo, objetivo que ya
logró. Además, la acumulación capitalista le permite, en la actualidad, competir en el plano financiero global y
colocarse en la punta de la carrera armamentista y espacial. China también
pretende lograr estos objetivos sin chocar directamente con EEUU. Mejoró sus
relaciones con Moscú y está trabajando para establecer un eje euro-asiático
cuyos polos serían Pekín y Berlín.
La respuesta de
EEUU a la estrategia China tiene dos grandes vertientes que no siempre se
complementan. Las mismas se traducen en las propuestas de los consejeros
presidenciales, Kissinger y Brzezinski. Ambas tienen un fuerte contenido
militarista ya que la capacidad financiero-económica del viejo orden, basado en
el eje nor-Atlantico, se debilita cada vez más. En el caso del primero, sería
encerrar a China definitivamente mediante una alianza entre Washington y Moscú.
Es la estrategia de la contención que dio buenos resultados durante la “Guerra
Fría” del siglo XX. La posibilidad de que esta alianza se realice fue
descartada por EEUU en la década de 1990 cuando la OTAN ocupó los países del
antiguo Pacto de Varsovia y las ex-repúblicas soviéticas. La dirección rusa
actual acusa a EEUU de traición por no cumplir con su palabra cuando negoció
con Gorbachev, en 1991, el desmantelamiento de la Unión Soviética.
Los gobernantes
norteamericanos desde 1991 se han inclinado más hacía la propuesta de
Brzezinski quien sostiene que el desmantelamiento de la antigua Unión Soviética
y la actual Rusia tiene que ser completa y terminal. El asesor de Seguridad
Nacional del presidente Carter (1977-1981) sugiere una Rusia dividida en tres
partes: la parte europea, la Siberia asiática y el extremo oriente
(Vladivostok). De esta manera EEUU podría mover las fronteras de la OTAN hacia
el norte y oeste de China.
En la actual
campaña electoral de EEUU ha surgido un candidato extemporáneo y aparentemente
díscolo en el Partido Republicano. En sus discursos siempre incluye algo
inusitado que desconcierta a los políticos tradicionales (establishment). Está siempre dispuesto a hablar mal de los
mexicanos, insultar a las mujeres o denigrar a los musulmanes. Lo que no
aparece en el radar de los medios de comunicación sobre el candidato favorito
del Partido Republicano, Donald Trump, es su interés en llegar a un acuerdo con
Rusia.
Trump es el
primer candidato con posibilidades de ganar la convención de un partido
importante en la historia de EEUU que no surge de las filas partidistas. Su
popularidad es producto de la existencia de una enorme masa de norteamericanos
descontenta con la decadencia de la economía de ese país. Son miembros de las
capas medias que sienten frustración al ver que sus niveles de vida son
inferiores a los de sus padres. Es decir, sienten que la actual generación ha
retrocedido en su nivel de bienestar comparada con la anterior.
La próxima semana
entregamos la cuarta y última parte de este análisis.
Febrero de 2016.
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