El reconocido
caricaturista RAC que por muchos años laboró en el diario La Prensa, escribió
este artículo luego de haber sido destituido de su puesto.
Julio Briceño ( Rac )
Entre la bruma de los años y las neuronas
debilitadas por la edad, recuerdo que a los tres o cuatro años ya era fanático
de los cómics o pasquines, que en el lenguaje vernacular de mi terruño
llamábamos simplemente “paquínes”.
Aún sin saber leer consumía esas historias por la sola magia de los
estupendos dibujos que arrancándome de la realidad circundante de mis pocos
años me llevaban a Ciudad Gótica, donde un murciélago oscuro y millonario
castigaba a los criminales que osaban irrumpir en su territorio. O me
transportaba a la afortunada Metrópolis, protegida por un poderoso
extraterrestre venido de un lejano y desaparecido planeta. Muchas otras de esas
magnificas imágenes me hacían recorrer los pasillos elegantes del refugio de un
misterioso ladrón francés, Fantomas, que entre un grupo de colaboradoras
llamadas con los signos del zodíaco, hacía gala de un valor y una inteligencia
temerarias, salpicadas de citas literarias y referencias a la cultura y el arte
universales. Esta última historieta terminó por despertar mi curiosidad y
llevarme al placer de los libros. Y con los años, todo ese cúmulo de paquines
acumulados en la memoria terminarían por llevarme a la que ha sido mi profesión
durante las tres últimas décadas y que, parodiando a nuestro recordado García
Márquez, me hace declarar que es “el mejor oficio del mundo”: el de
caricaturista.
Mi nombre es Julio Enrique Briceño. Y soy de un pequeño pueblo ubicado
en el centro de Panamá. Llegué a la capital del país, llamada también
Panamá, a principios de 1987, y de inmediato comencé a publicar mis
caricaturas en el desaparecido diario Extra y en el afamado periódico La
Prensa. Publicaba en ambos en condición de freelance, al igual que en el
semanario Quiubo, perteneciente al legendario periodista y caricaturista
Alfredo “Wilfi” Jiménez, creador de las satíricas Garzas y a quien considero mi
maestro en los menesteres de ambos oficios: el de caricaturista y el de
periodista. Porque animado por su ejemplo fui a la Universidad de Panamá y
estudié formalmente la carrera de periodismo.
En mayo de 1987 entro a la plantilla laboral del diario La Prensa, con todos
los derechos que dicta la ley nacional al respecto. El país estaba entonces
bajo la implacable férula de una dictadura comandada por el siniestro Manuel Antonio
Noriega y sus secuaces, que pasaron a convertirse en el objetivo de nuestros
dardos satíricos.
Un pequeño grupo de caricaturistas, desde las páginas de este diario,
denunciamos todos los desmanes y jugarretas del régimen. Entre burlas y una
osadía impulsadas tal vez, en mi caso, por el idealismo y la inexperiencia de
los pocos años, caricaturizamos hasta los sospechosos nexos del tirano con las
figuras del narcotráfico destacadas en ese momento. Y extrañamente, el sátrapa
de turno cerró en repetidas ocasiones los medios que le adversaban, pero jamas
atentó directamente contra los caricaturistas que hacían las delicias del
lector con sus burlas y plumazos.
Cayó la tiranía en diciembre de 1989 y se reinstauró la “democracia” en
el país. En el período comprendido entre 1990 y 2014, elegidos por el voto
popular, cinco presidentes ocuparon nuestra casa presidencial llamada “El
palacio de las garzas”. Cinco presidentes que, junto a su corte de ministros y
funcionarios, alimentaron opíparamente la imaginación y el trabajo de los
caricaturistas que insistimos en nuestras denuncias y sátiras. En ese período
de tiempo, un presidente en funciones demandó a un caricaturista, y años
después, un expresidente y un exvicepresidente cometieron la misma imprudencia.
Pero, como decimos en mi país, sin que la sangre llegara al río.
Tuvo que llegar el proceso electoral del 2014 para que esta historia
cambiara. Un pueblo hastiado se vió abocado a elegir nuevo presidente entre
algunas opciones lamentables. Sin otra alternativa, se decantó por elegir la
que pensaba era “la menos peor”. Y llevó al poder de palacio al vicepresidente
del período anterior. El que, en apariencia, hizo las mejores promesas y
endulzó más efectivamente los oídos de la masa votante. Y, ¡sorpresa!,
nuevamente nos equivocamos…
Luego de diecinueve meses de ocupar la silla presidencial y de hacerle
compañía a las garzas del palacio, nuestro primer ciudadanoy sexto presidente
de la era “democrática” ha repetido los mismos escándalos que adornan nuestra
ya larga historia patria – corrupción, nepotismo, viajes frecuentes e
improductivos,promesas incumplidas, incompetencia…etc, etc-.
Pero, como si no bastaran los antes señalados, a ellos se suman ahora el
acoso intenso a quienes le adversan, sobre todo a los periodistas que no
celebramos sus chistes ni su mala gestión. Para muestra varios botones: un
brillante comentarista político fue sacado sin explicaciones convincentes del
canal donde examinaba la realidad política y manifestaba sus ácidas y certeras
opiniones. En el mismo canal, un presentador de televisión que le critica
acremente vive bajo el fuego de una intensa y anónima campaña de desprestigio.
Y, tras una serie de caricaturas en las que denunciaba la influencia de sus
alcohólicos negocios sobre sus decisiones presidenciales, después de casi 30
años, el periódico me anuncia el 2 de febrero mi destitución laboral,
maquillada bajo la figura de acuerdo mutuo.
Después de meses de sospechas y acusaciones de suavizar la línea
editorial y manifestar un creciente tufo oficialista, no hay que ser un genio
para sumar uno más uno…
De cuando en cuando los noticieros televisivos presentan las imágenes
del hoy convicto ex general Noriega. Un tipo viejo y achacoso, en silla de
ruedas, que con la mirada perdida pero aún teñida de misterios y secretos, pasa
los dias encerrados entre cuatro paredes, cumpliendo una condena ganada a pulso
con sus crímenes y desmanes. Cuándo se le habría ocurrido pensar que veintiseis
años más tarde, uno de los presidentes elegido democráticamente, le haría
fuerte competencia para destronarle o acompañarle en el salón de la fama de los
sátrapas nacionales.
¡Ni un paso atrás!
Yo estuve del lado del gobierno de Noriega en esa época. Era consciente de que no era para nada inocente. Pero en comparación con otros gorilas del continente como Pinochet o Videla, por ponerte solo un par, era... ¡un niño de pecho!
ResponderEliminarAhora, pasados casi 30 años de la invasión, podemos ver más claro. Las cosas que sucedieron y nunca debieron suceder. Elegir entre lo malo y lo peor. Y estos últimos años NO SON MÁS QUE PRODUCTO DEL RÉGIMEN TÍTERE QUE IMPUSO EL IMPERIALISMO YANKI CON SU INVASIÓN Y OCUPACIÓN.
Estuvimos en bandos opuestos.
Ahora, tal vez, podríamos retomar el camino.