Atilio A. Borón.
El punto de partida de
cualquier análisis sobre la visita de Barack Obama a Cuba y Argentina es la
constatación de las derrotas sufridas por el ocupante de la Casa Blanca tanto
en el ámbito doméstico como en el internacional. En el primero, Obama fracasó en
sus tres más ambiciosas tentativas de reforma: la financiera, la migratoria y
la de salud. Para empeorar las cosas la economía no termina de recuperarse de
la crisis estallada en el 2008 y la suma de la deuda pública más la de los
particulares superó durante el mandato de Obama el monto del PIB de los Estados
Unidos. O sea, el país debe más de lo que produce en un año.
En el ámbito internacional la
suerte no le fue menos esquiva: la retirada de Irak fue más que nada un gesto
demagógico, para consumo interno, que terminó sumiendo a ese país en un caos de
gigantescas proporciones que al poco tiempo rebasó las fronteras iraquíes e
incendió la reseca pradera del resto del Oriente Medio; el apoyo diplomático,
financiero y militar a presuntos “combatientes por la libertad” en la región
alimentó la hoguera del fundamentalismo jijadista y terminó por engendrar a un
monstruo como el EI, que está haciendo metástasis en África y Europa, aparte
del Oriente Medio. La misma Hillary Clinton reconoció esta realidad al declarar,
hace poco, que “nos equivocamos en la elección de nuestros amigos”.
Mientras, la situación se descompone en Europa Oriental con la
crisis de Ucrania, potenciada por la intervención de Estados Unidos en donde la
mismísima Victoria Nuland, Secretaria de Estado Adjunta para Asuntos
Euroasiáticos, asistía a las bandas de neonazis que acampaban en la Plaza
Maidán y les ofrecía botellitas de agua y galletitas, azuzándolos para que
tomaran el poder por asalto, cosa que hicieron poco después en medio de sangrientos
episodios. La respuesta de Rusia ante la descarada ofensiva de la OTAN fue
apoyar a los sectores rusófilos del este de Ucrania y en una fulminante
operación militar recuperar nada menos que la península de Crimea, ante lo cual
Estados Unidos y sus compinches europeos no les quedó otra que demostrar su
impotencia y rumiar su frustración. Y no le va mucho mejor a Obama en el
Extremo Oriente, donde en el Mar del Sur de la China, cuyo lecho submarino
contiene grandes reservas de gas y petróleo disputadas por el gigante asiático
y por Japón, ha puesto a estos dos países en pie de guerra.
En consecuencia, tanto en lo interno como en la arena
internacional Obama es un presidente urgido por recibir buenas noticias que le
permitan abandonar su cargo con algunos lauros que lo instalen en un lugar
relativamente honorable en la historia. Poco probable que las obtenga en alguno
de los dos frentes; pero en el internacional le queda una carta en la cual
podría anotarse algunas victorias significativas. El exasperadamente lento y
laborioso desmontaje del criminal bloqueo a Cuba, aún en vigor, sería uno de
sus logros. De hecho, con la liberación de los tres luchadores antiterroristas
cubanos que seguían presos en las cárceles del imperio envió una señal
importante pero aún insuficiente.
El camino por recorrer para “normalizar” de
verdad la relación entre Cuba y Estados Unidos es todavía muy largo y empinado,
pero con su visita a la isla –la primera de un presidente norteamericano desde
el triunfo de la Revolución- sus credenciales se ven fortalecidas. Dependerá
mucho de qué es lo que ofrecerá a los cubanos, en términos concretos, para
comenzar a desmantelar un bloqueo que ha sido condenado unánimemente por la
comunidad internacional. En momentos como estos los discursos y la retórica
huérfanas de iniciativas concretas se parecen demasiado a una burla o a una
maniobra demagógica. Pese a las leyes del bloqueo aprobadas por el Congreso las
atribuciones presidenciales para moderar sus alcances siguen siendo
significativas.
Pero, hasta ahora, Obama no las ha hecho valer sino en
cuentagotas. Mal se puede hablar de “normalización” de las relaciones
bilaterales cuando un país persigue, hostiga y bloquea a otro, o cuando declara
que el objetivo irrenunciable de la política de Washington hacia Cuba es
promover “el cambio de régimen”, sólo que por otros medios. La ilegalidad e
inmoralidad de esta política salta a la vista. Hasta ahora esos “otros medios”,
supuestamente distintos al bloqueo, están por verse. En Cuba Obama tendrá también
una segunda oportunidad: impulsar vigorosamente el Diálogo de Paz entre el
gobierno colombiano y las FARC, doblegando las últimas resistencias que se
oponen al acuerdo. Sólo el tiempo dirá si tiene las agallas suficientes como
para enfrentar exitosamente ambos desafíos.
El complemento de su periplo cubano es la inesperada visita que
decidió hacer a la Argentina, un gesto de apaciguamiento para los trogloditas
dentro de Estados Unidos que lo han escarnecido por su decisión de visitar Cuba
y también una clara retribución por los servicios prestados por el presidente
Mauricio Macri al asumir, con mucha más legitimidad que Álvaro Uribe (enlodado
por sus vínculos con el narcotráfico y el paramilitarismo) el papel de punta de
lanza en la escalada destituyente de la Revolución Bolivariana. Como es sabido,
el objetivo estratégico inmediato de Washington es doble: acabar con el
chavismo y recuperar el control de Brasil.
Macri puede ser una pieza valiosa
para materializar estos planes al atacar al gobierno venezolano e intentar
aislarlo vía su eventual exclusión del Mercosur; y al acordar con la derecha
golpista brasileña en la necesidad de redefinir, en clave ultraneoliberal, al
Mercosur y poner fin al “populismo petista”, al paso que, ya en el plano
sudamericano, se asfixia económicamente y políticamente a la UNASUR y la CELAC.
Pero Obama no se conforma sólo con eso y espera todavía algo más de la Casa
Rosada: un apoyo fuerte y sin reservas a la Alianza del Pacífico (tres de cuyos
gobiernos fundantes son caracterizados por los analistas internacionales como
“narcoestados”: México, Colombia y Perú) y al Tratado Trans Pacífico, engendro
de Washington para instalar un gigantesco ALCA en la Cuenca del Pacífico. Ambas
iniciativas tienen un ominoso común denominador: la exclusión de China, la
segunda economía del mundo o, según como se la mida, la primera. Precisamente
con este país se ha producido días atrás un gravísimo incidente: el hundimiento
de un pesquero chino que se había internado ilegalmente en aguas territoriales
de la Argentina.
China es el segundo socio comercial después de Brasil, el
principal comprador de productos agrícolas de la Argentina y uno de sus socios
financieros e inversionistas más importantes. Poco o nada se ha dicho hasta
ahora de este suceso por parte de Beijing pero no hay duda que las relaciones
entre ambos países sufrirán inéditas tensiones. Casualmente el hundimiento del
pesquero tiene lugar en vísperas de la llegada de Barack Obama a la Argentina,
y hay algunas razones para especular que esta súbita “mano dura” de la
Prefectura argentina, excepcional habida cuenta de los numerosos pesqueros que
depredan las aguas territoriales de ese país sin ser molestados, podría ser
otro gesto de “buena voluntad” de la Casa Rosada para con el visitante.
Una inequívoca señal de que, pese a la robustez de los vínculos
económicos con China, Buenos Aires se alineará incondicionalmente con Estados
Unidos en su sorda lucha con China y Rusia. No queda claro, en cambio, cuáles
serían los gestos amistosos y de colaboración de Obama para con quien se ha
constituido en su vocero y principal operador en el marco de la política
sudamericana y que ha ido tan lejos como para demostrar su amistad ametrallando
y hundiendo a un pesquero chino. Como lo recordaba el gran historiador Eric
Hobsbawm estamos viviendo tiempos interesantes, tiempos de “cambios de época”,
con un signo político positivo, de progreso hacia un mundo mejor. Pero en la
tradición china, decía Hobsbawm, si alguien quiere maldecir a otro le desea que
viva “tiempos interesantes”, es decir, signados por la inestabilidad y la
violencia. El tiempo dirá cual de las dos versiones es la que nos espera.
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