Gustavo
Codas
La reciente
derrota del kirchnerismo en la Argentina y las dificultades político-económicas
por las que atraviesan otros países gobernados por fuerzas de izquierda
(Venezuela, Brasil, Ecuador), han estimulado la tesis del fin del ciclo
progresista iniciado en 2003 en América Latina.
Eso fue
saludado tanto por la derecha que cree que se abre un nuevo período de “tiempos
conservadores” – para usar la denominación que el ecuatoriano Agustín Cueva dio
al ascenso neoliberal en los ´80 – pero también por diversos sectores de la
izquierda críticos del progresismo por motivos diferentes tales como: (i)
su falta de voluntad de hacer una transición al socialismo o (ii) el uso de
recursos del extractivismo para financiar las políticas sociales o (iii) lo que
consideran serían rasgos autoritarios frente a los sectores populares que le
hacen oposición. Aquí vamos a trabajar una tesis diferente, que reconoce
impasses en la estrategia progresista – en general, resultantes de sus éxitos
sociales en un contexto adverso del capitalismo globalizado – a la vez que
apunta a las potencialidades para seguir hacia adelante.
Políticas
comunes
Hay que
partir reconociendo una gran heterogeneidad que dificulta el tratamiento de los
problemas desde un punto de vista general. En el mismo ciclo están
incluidos “pequeños países periféricos” (ej. Bolivia, El Salvador, Nicaragua)
hasta uno del grupo de los “emergentes” (el caso de Brasil) pasando por otros
considerados intermedios, en tamaño e industrialización (como Argentina y
Venezuela).
Sin embargo,
hay rasgos comunes relevantes. En casi todos los casos hubo un rescate
del papel económico del Estado. El menú ha sido variado:
nacionalizaciones de empresas transnacionales, fortalecimiento de empresas que
habían permanecido públicas; mayor presión fiscal para capturar una parte
adicional de las rentas extraordinarias de empresas productoras-exportadoras
de commodities agrícolas, minerales o energéticas;
reglas más rigurosas en las concesiones de servicios públicos al sector
privado, entre otras medidas.
En general,
esos países desarrollaron fuertes políticas sociales buscando retirar
directamente de la extrema pobreza a segmentos importantes de la población con
resultados significativos e inéditos en términos históricos. Y
verificaron una disminución de la desigualdad en la distribución del ingreso
monetario – única región del mundo que registró ese fenómeno en el período que
estamos tratando –. Hubo países con aumentos de salarios reales – o sea,
por sobre la inflación registrada – y por encima de los aumentos de la
productividad del trabajo.
Fases del
ciclo económico
En términos
económicos, el ciclo debe ser desglosado en, por lo menos, tres fases: (i)
hasta el 2008, cuando hay condiciones externas muy favorables – entre otras, el
denominado “superciclo” de commodities, que se reflejó en mejoras
substanciales de los términos de intercambio del comercio exterior de la
región. Luego, (ii) el primer momento de impacto de la crisis del
capitalismo desarrollado que tiene su epicentro en EE.UU. y Europa al que los
países progresistas latinoamericanos responden con medidas contra-cíclicas con
buenos resultados. Finalmente hacia 2012-13, (iii) hay un
agotamiento de esa respuesta que combinada con una reversión de los precios del
mencionado “superciclo” constituyen el terreno de la disputa que hoy está en
curso. Esta tercera fase registra no solo problemas de desaceleración
fuerte llegando a la recesión, como también reflejos en el empeoramiento de la
situación social – por ejemplo, vuelve a crecer en números absolutos el total
de pobres extremos –.
Hay un “telón
de fondo” de esas fases que atraviesa el ciclo progresista: la globalización
económica capitalista que alcanzó desde los años 1990 niveles inéditos,
históricos, resultado de los “trabajos de Hércules” emprendidos por el
neoliberalismo en respuesta a la crisis general capitalista de los años
1970. Se abrió un nuevo escenario de mayor liberalización del comercio en
todos los países que se tradujo rápidamente en las estrategias de deslocalización productiva
que permitían a las empresas migrar las inversiones al país que ofrecía más
bajos costos – impositivos y laborales – desde donde se podría vender a
cualquier mercado alrededor del mundo. Un viejo comunista europeo
sintetizó el siglo XX así: “lo que (el miedo a) la
URSS nos dio en la post Segunda Guerra Mundial (el Estado de
Bienestar), la (competencia de bajos costos de) China nos
lo quitó en los años 1990-2000”. Pero la globalización no fue sólo de
la producción (la aclamada “fábrica mundial”) sino del comercio (con sus
tratados de libre comercio y la OMC).
El gobierno
de los EE.UU. tomó una serie de medidas desde inicios de los años 1970 e impuso
a través del FMI y el Banco Mundial otras tantas que resultaron en lo que
conocemos hoy como la “financierización” capitalista. Un crecimiento
monstruoso de la dimensión financiera – con mercados que especulan con tasas de
cambio, tierras, inmuebles, producción futura de commodities,
acciones de compañías, expectativas en relación a esas acciones, etc. –
en una frenética escalada que no corresponde a la economía capitalista real,
sus tasas de lucro, etc. Esa riqueza financiera provoca periódicamente
“burbujas” especulativas de las que los gobiernos deben salvarlas – como quedó
patente en la crisis del 2008 –. Vivimos un período histórico donde en el
capitalismo mundial no hay un “modo de regulación” que tienda mínimamente
a estabilizarlo – como fue el fordismo-keynesianismo en los “30 gloriosos años”
de la post guerra –.
Progresismo
y globalización
Considerando
que todos nuestros países mantuvieron su inserción en el mercado mundializado,
¿es posible desarrollar políticas económicas progresistas – como las reseñadas
arriba – en ese contexto de globalización capitalista?
Hasta los
años 1980 era posible que un país definiera un patrón diferente de desarrollo y
acudiera a la URSS en busca de tecnología, mercado y apoyo para
inversiones. El desarrollo del socialismo en Cuba desde los años 1960
estuvo marcado por esa opción. En 2006 defendimos la tesis de que
la integración regional podría ser un sucedáneo a la ausencia de la retaguardia
estratégica de la URSS que había desaparecido en 1991[1]. Esa estrategia avanzó – en relación al
histórico latinoamericano – pero fueron progresos insuficientes o lentos en
relación a las necesidades urgentes de nuestras economías – nos referimos al
comercio intra-regional con monedas nacionales, el Banco del Sur, la
complementación productiva regional, entre otras iniciativas de una “nueva
arquitectura” regional.
Pero volvamos
a la pregunta sobre política económica del progresismo en la
globalización. En 1966 el economista marxista heterodoxo polaco M.
Kalecki afirmaba, en un artículo titulado “La diferencia entre los problemas
cruciales de las economías capitalistas desarrolladas y subdesarrolladas”, que
en el primer caso se trataba de la “adecuación de la demanda efectiva”,
mientras que en el segundo sería “el aumento considerable de la
inversión (…) para acelerar la expansión de la capacidad productiva indispensable
al rápido crecimiento de la renta nacional”.
El
progresismo trató de resolver el desafío kaleckiano con
un mix de utilización de divisas del boom de las
exportaciones, aprovechamiento fiscal de las rentas extraordinarias del
superciclo y atrayendo a capitales internacionales. Pero, al mismo
tiempo, y esto fue un diferencial del período, buscó hacer del mercado interno
(o regional) de masas, impulsando mejores estándares socio-laborales y la
expansión de políticas sociales dirigidas a los más pobres, la principal
palanca de la demanda efectiva. El ciclo progresista invirtió el adagio
conservador (de “hacer crecer la torta para luego repartirla”) afirmando
que era necesario y posible “distribuir para crecer”. Lo hizo.
Necesitaríamos
realizar un análisis más detallado de cada caso nacional. Pero, si
hablamos del país con mayor peso y liderazgo en la región, el Brasil, fue de
esas fuentes de recursos que vino el estrangulamiento, cuando cambió el mercado
mundial de commodities y los capitales decidieron presionar
contra las medidas gubernamentales que reducían sus tasas de lucro – y
favorecían a los trabajadores –. Fue en ese momento, hacia el 2013, que
las medidas contra-cíclicas dejaron de funcionar y el país cayó en la
estagnación – mientras el gobierno buscaba mantener en expansión el mercado
interno –. La respuesta de los industriales paulistas a la continuidad de
los esfuerzos gubernamentales contra-cíclicos fue convertirse en importadores
de manufacturas provocando un gigantesco déficit en la balanza comercial
industrial. Bajo el ropaje de dilemas de la política económica se trataba
de pura lucha de clases en torno a la tasa de lucro de las empresas, es decir,
a la apropiación del producto neto de la sociedad que a lo largo del ciclo progresista
había sido favorable a los trabajadores (a fines del 2014 el país todavía tenía
la tasa de desempleo más baja de su historia)[2].
Profundizar
el debate
No es posible
una estrategia progresista con los resultados sociales y laborales como los
antes reseñados sin alterar la relación entre nuestros países y el mercado
mundial globalizado, porque éste es el escenario construido por las fuerzas del
capital a lo largo de décadas de iniciativa neoliberal sobre la derrota de los
trabajadores y para continuar derrotándolos. Pero por las características
capitalistas periféricas y dependientes de nuestros países se hace necesario
que tal respuesta sea dada con procesos de integración regional – justamente
una de las materias pendientes del ciclo – para tener peso en las disputas
políticas globales y escala en la estrategia económica. Parafraseando
otro debate ocurrido hace ya casi cien años: “no es posible el progresismo en
un solo país”.
No estamos en
los años 1980 para que vuelvan los sombríos “tiempos conservadores”. El
pueblo y sus organizaciones han probado que es posible mejorar las condiciones
de vida y trabajo de las mayorías. La derecha que ha asomado ruidosamente
la cabeza no tiene un programa económico alternativo al del progresismo capaz
de conquistar a la población – aunque en una primera elección se puede
beneficiar del desgaste de los impasses progresistas, acto seguido no consigue
mantener la adhesión popular con sus recetas retrógradas –. Todo indica
que a Macri en Argentina le espera el camino del acelerado desgaste sufrido por
Sebastián Piñera, en Chile y Horacio Cartes, en Paraguay, que de empresarios
exitosos y profetas neoliberales eufóricos terminan como políticos fracasados.
Las
izquierdas, para retomar la iniciativa, deben profundizar el debate estratégico
más allá de la gestión macroeconómica de corto plazo y responder la cuestión de
cómo conseguir un “aumento considerable de la inversión” continuando
la estrategia de “distribuir para crecer” en la actual
coyuntura histórica capitalista.
- Gustavo Codas es economista paraguayo.
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