miércoles, 15 de octubre de 2014

La mente criminal del corrupto.

Geraldine Emiliani

Pareciera que ser corrupto en mi país tiene sus beneficios. Piensan, actúan y hasta caminan con el más descaro y cinismo, dejando huellas cubiertas del lodo de la infamia, cual ladrón que solo sabe ocultarse bajo las sombras de la estrechez mental, de la insolencia y la ruindad. Si se les comprueba su acto de corrupción, salen a la luz pública a defenderse con argumentos cuyo único propósito es el de tratar de entorpecer la justicia con falsos testimonios donde la mentira está a flor piel. Otros simplemente salen a huir buscando refugio en otros lares sin que nada ni nadie los atrape. Qué les importa con sus hijos y familia. Son narcisistas, con un ego tan enfermizo difícil de hacerles ver su sin razón. Así nacieron, así crecieron y así han de conducirse ante una sociedad que parece promover la más siniestra impunidad.

Los hombres nacen buenos, pero hay quienes también nacen con el chip de la corrupción, cual circuito integrado, implantado en una mente perniciosa logrando imponerse a pesar del rechazo  de los defensores de la honestidad y honradez. Ocupan cargos importantes en el engranaje público, única manera de conseguir lo que nunca han tenido, el dinero que nunca alcanzarán haciendo el bien, con su propio esfuerzo, sin robarle un centavo a nadie.

Para ser corrupto tan solo se requiere una mente criminal, esa que va acabando con la calidad de vida de una población inmersa en el aumento de los costos de sus necesidades apremiantes. Esa mente criminal entregada al poder, para negociar puestecitos y  sacar sus propias ganancias. Esa mente criminal, heredada de tiempos atrás, conducta aprendida y subvencionada, protegida y sostenida por siempre y para siempre. Mentes criminales que no les ha de importar si ante la sociedad se les cuestiona, se les recrimina, se les censura. Esa mente criminal que dice “no te metas en mi vida” pero, ellos sí tienen la osadía de meterse con la vida de un pueblo desprotegido.

El corrupto es indolente. No se afecta o conmueve ante el dolor de la pobreza y cuya única actitud se concentra en su propia existencia, ocupado en lograr sus objetivos sin “ver para el otro lado”; son arribistas y perjudican a otros, para ellos es “subir” o “ascender” a costa del sufrimiento ajeno. Es la ley que rige sus vidas. Son fríos y calculadores, insensibles y displicentes. Egoístas por naturaleza, inescrupulosos, y superficiales. Esto le permite no sentir remordimientos, responsabilidades ni consideraciones con los desposeídos, a ese que le cuesta “salir de abajo” por su resignación y aceptación forzosa de su ruinosa realidad.

Al corrupto fácilmente se le puede diagnosticar con un trastorno antisocial de la personalidad que se le atribuye a menudo a asesinos y personas de perfil extremadamente violento. Jon Ronson, periodista británico, en su libro ¿Es usted un psicópata?, explica que hay mucha más psicopatía entre los empresarios, políticos, y líderes mundiales, que en el resto de la población. De allí, la importancia de saber cómo detectar y cómo evitar ser víctima de estas personas. Ronson, describe al psicópata como alguien que no tiene remordimientos, no siente empatía, no se siente avergonzado y, no tiene ninguna razón para ser buena persona y, que en las áreas de alta responsabilidad hay muchas personas que cumplen con este perfil.

Son psicópatas de cuello blanco que buscan el éxito para controlar y aterrorizar en un ambiente de alta competitividad y de lucha descarnada por los puestos de poder, a través de la “charlatanería o encanto superficial”, del “concepto elevado de la propia valía”, de las “mentiras patológicas”, de “ausencia de sentimiento de culpa” o, la “incapacidad para aceptar la responsabilidad de sus propios actos”. De hecho, las características de un psicópata coinciden con las prácticas de algunos personajes públicos que han saltado a la fama por escándalos de corrupción y abuso de poder, que además no han mostrado arrepentimientos después de haber sido declarados culpables. En ellos no hay logros ni capacidad intelectual. Viven fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza. Creen que son "únicos" y que sólo pueden relacionarse con personas de alto status. No se le discrimina, más bien se le acepta en una sociedad que valora a la persona por sus lujos y excentricidades. Lo peor de todo, es que, para el corrupto de mi país, no hay cárcel.

Geraldine Emiliani
Psicóloga Clínica

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