Pareciera que ser corrupto en mi país tiene sus
beneficios. Piensan, actúan y hasta caminan con el más descaro y cinismo,
dejando huellas cubiertas del lodo de la infamia, cual ladrón que solo sabe
ocultarse bajo las sombras de la estrechez mental, de la insolencia y la
ruindad. Si se les comprueba su acto de corrupción, salen a la luz pública a
defenderse con argumentos cuyo único propósito es el de tratar de entorpecer la
justicia con falsos testimonios donde la mentira está a flor piel. Otros
simplemente salen a huir buscando refugio en otros lares sin que nada ni nadie
los atrape. Qué les importa con sus hijos y familia. Son narcisistas, con un ego
tan enfermizo difícil de hacerles ver su sin razón. Así nacieron, así crecieron
y así han de conducirse ante una sociedad que parece promover la más siniestra
impunidad.
Los hombres nacen buenos, pero hay quienes también nacen
con el chip de la corrupción, cual circuito integrado, implantado en una mente
perniciosa logrando imponerse a pesar del rechazo de los defensores de la
honestidad y honradez. Ocupan cargos importantes en el engranaje público, única
manera de conseguir lo que nunca han tenido, el dinero que nunca alcanzarán
haciendo el bien, con su propio esfuerzo, sin robarle un centavo a
nadie.
Para ser corrupto tan solo se requiere una mente
criminal, esa que va acabando con la calidad de vida de una población inmersa en
el aumento de los costos de sus necesidades apremiantes. Esa mente criminal
entregada al poder, para negociar puestecitos y sacar sus propias ganancias.
Esa mente criminal, heredada de tiempos atrás, conducta aprendida y
subvencionada, protegida y sostenida por siempre y para siempre. Mentes
criminales que no les ha de importar si ante la sociedad se les cuestiona, se
les recrimina, se les censura. Esa mente criminal que dice “no te metas en mi
vida” pero, ellos sí tienen la osadía de meterse con la vida de un pueblo
desprotegido.
El corrupto es indolente. No se afecta o conmueve ante
el dolor de la pobreza y cuya única actitud se concentra en su propia
existencia, ocupado en lograr sus objetivos sin “ver para el otro lado”; son
arribistas y perjudican a otros, para ellos es “subir” o “ascender” a costa del
sufrimiento ajeno. Es la ley que rige sus vidas. Son fríos y calculadores,
insensibles y displicentes. Egoístas por naturaleza, inescrupulosos, y
superficiales. Esto le permite no sentir remordimientos, responsabilidades ni
consideraciones con los desposeídos, a ese que le cuesta “salir de abajo” por su
resignación y aceptación forzosa de su ruinosa realidad.
Al corrupto fácilmente se le puede diagnosticar con un
trastorno antisocial de la personalidad que se le atribuye a menudo a asesinos y
personas de perfil extremadamente violento. Jon Ronson, periodista británico, en
su libro ¿Es usted un psicópata?, explica que hay mucha más psicopatía
entre los empresarios, políticos, y líderes mundiales, que en el resto de la
población. De allí, la importancia de saber cómo detectar y cómo evitar ser
víctima de estas personas. Ronson, describe al psicópata como alguien que no
tiene remordimientos, no siente empatía, no se siente avergonzado y, no tiene
ninguna razón para ser buena persona y, que en las áreas de alta responsabilidad
hay muchas personas que cumplen con este perfil.
Son psicópatas de cuello blanco que buscan el éxito para
controlar y aterrorizar en un ambiente de alta competitividad y de lucha
descarnada por los puestos de poder, a través de la “charlatanería o encanto
superficial”, del “concepto elevado de la propia valía”, de las “mentiras
patológicas”, de “ausencia de sentimiento de culpa” o, la “incapacidad para
aceptar la responsabilidad de sus propios actos”. De hecho, las características
de un psicópata coinciden con las prácticas de algunos personajes públicos que
han saltado a la fama por escándalos de corrupción y abuso de poder, que además
no han mostrado arrepentimientos después de haber sido declarados
culpables. En ellos no hay
logros ni capacidad intelectual. Viven fantasías de éxito ilimitado, poder,
brillantez, belleza. Creen que son "únicos" y que sólo pueden
relacionarse con personas de alto status. No se le discrimina, más bien se le acepta en una
sociedad que valora a la persona por sus lujos y excentricidades. Lo peor de todo, es que, para el corrupto de
mi país, no hay cárcel.
Geraldine Emiliani
Psicóloga Clínica
No hay comentarios:
Publicar un comentario