sábado, 22 de junio de 2013

Desperdicio de alimentos, seguridad alimentaria y ambiente.

Juan Jované
Las cifras de la comida desperdiciada en el mundo no solo son espeluznantes, sino que el fenómeno que expresan es a tal punto inhumano que llevó a que el papa Francisco nos recordara que “la comida que tiramos es como si la hubiésemos robado de la mesa de quien es pobre, de quien tiene hambre”. De acuerdo con cifras recientes de Naciones Unidas, mientras que 870 millones de personas alrededor del mundo sufren de desnutrición, aproximadamente la tercera parte de los alimentos producidos a nivel global, que alcanzan a 1.3 mil millones de toneladas métricas, nunca son consumidos, simplemente se convierten en desechos.
En el caso de los cereales, que constituyen un elemento central para la alimentación de los seres humanos, las estimaciones de la FAO llaman la atención sobre el hecho de que los consumidores de los países ricos desperdician una cantidad de comida equivalente a toda la producción neta de alimentos del África subsahariana. Así mismo se calcula que los alimentos desechados en los Estados Unidos alcanzan cerca de $48.3 miles de millones.
Se trata, se debe añadir, de un fenómeno que no solo tiene una amplia repercusión negativa sobre la equidad y el derecho a la alimentación, sino que también perjudica significativamente al medioambiente. De las estadísticas disponibles se puede concluir, por ejemplo, que por lo menos la mitad de las aguas utilizadas para producir los alimentos desechados en Norteamérica simplemente se desperdician. Así mismo se sabe que en el Reino Unido, aproximadamente el 32% de los alimentos comprados no se consumen, por lo que van a parar a los vertederos. En ese país se calcula que el 61% de los desechos provenientes de los alimentos se podrían haber evitado si hubieran efectivamente llegado a la mesa. En el caso de Estados Unidos, por su parte, se calcula que el desecho de materias orgánicas es el segundo componente de mayor abundancia en sus vertederos, siendo, además, la principal fuente de emisión de gas metano.
Las causas inmediatas de estas pérdidas son variadas. En el caso de los países más pobres se destacan las vinculadas con la falta de infraestructura, la carencia de medios de almacenamiento adecuados y las inadecuadas cadenas de suministro. En los países exportadores sobresale entre otras causas el descarte promovido por las transnacionales, el cual está basado principalmente en consideraciones puramente estéticas. En los países más desarrollados, por otra parte, se llama la atención sobre el consumismo que genera el descarte de alimentos en los establecimientos de ventas, así como en los hogares.
La causa íntima, que explica el conjunto de las formas de desperdicio aquí comentadas, debe buscarse en la propia lógica del sistema. No se equivocó el papa Francisco cuando, en el mismo discurso en que comentó críticamente la cultura del desecho y del descarte, también afirmó que “en el mundo no manda el hombre, el que manda es el dinero”.
En efecto, estamos en un mundo en el que domina el sentido de lucro, en el que no se produce para asegurar necesidades, sino para asegurar ganancias y acumulación de capital. Se trata de una lógica perversa a la que le resulta racional, de acuerdo a las reglas de mercado, una situación en la que para maximizar las ganancias de pocos, muchos deben de padecer de hambre, a la vez que se desecha una buena parte de los alimentos producidos.
En términos del derecho a la alimentación se trata, entonces, de pasar de una cultura del valor de cambio y del lucro a otra más solidaria centrada en el valor de uso, cuyo objetivo central sea la satisfacción de las necesidades fundamentales de todos y todas. La idea de la seguridad y la soberanía alimentaria juegan aquí un papel fundamental. Es así, para dar un ejemplo, que estudios recientes han llegado a la conclusión de que un uno por ciento de crecimiento en el PIB agrícola vinculado con la alimentación reduce cinco veces más la pobreza que el mismo crecimiento en cualquier otro sector, beneficiando así de manera especial a los sectores más vulnerables de la población.
Se trata, desafortunadamente, de una forma de ver las cosas que ha estado ausente en las acciones públicas de todos los gobiernos dirigidos por los sectores económicamente dominantes del país. Peor aún, estos han venido aplicando una política económica que ha significado un creciente deterioro en el frente de la seguridad y soberanía alimentaria. Este es otro campo en que se impone un cambio profundo en las prioridades y la política económica y social.

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