Por Maria Cappa
Según el sociólogo belga Armand Mattelart, experto en comunicación,
los medios actuales trabajan “para justificar aquello que denuncian
ciertos sectores reaccionarios. No es que manipulen, sino que sirven de respaldo
para estos discursos emergentes de la extrema derecha. Esto es lo que me da más
miedo; que no aparecen discursos enfrentados sobre la concepción de la vida, de
la diversidad, de la inclusión…”
Unas declaraciones realizadas en
Madrid durante la presentación del libro Por una mirada-mundo. Un recorrido
por la trayectoria de uno de los grandes teóricos de la comunicación y la
cultura (Editorial Gedisa). Una obra que recoge la conversación que durante
alrededor de cuatro años (aunque no de manera ininterrumpida) mantuvieron
Mattelart y el investigador canadiense Michel Sénécal.
A lo largo de todo el
libro, el lector recorrerá todos aquellos momentos de la vida de Mattelart que
fueron especialmente determinantes para configurar tanto su pensamiento crítico
como las obras sobre demografía, geopolítica y comunicación que el sociólogo ha
escrito a lo largo de 50 años. Así, Sénécal y Mattelart repasan las raíces de su
conciencia política, el estado de las relaciones de fuerza a nivel internacional
y los movimientos de ideas en acción, así como la propia evolución teórica en
los estudios diferentes sobre la cultura y la comunicación.
-Desde la
II Guerra Mundial han cambiado las estrategias de guerra, colonización o
invasión. ¿Ha cambiado también la forma en la que los medios de comunicación
abordan este tipo de sucesos?
-La guerra determinante en la historia
del manejo de los medios de comunicación fue la I Guerra Mundial, que fue una
guerra de propaganda en la que apareció por primera vez una oficina de censura y
de orientación de la información, especialmente Inglaterra, Francia y EEUU.
Precisamente aquí nació toda la teoría civil de las relaciones públicas, ya que
fue el Gobierno estadounidense quien aconsejó sobre la estrategia que tenían que
seguir los medios para convencer a la población de que su país debía participar
en el conflicto. El primer libro sobre la teoría moderna de la opinión lo
escribió Lasswell y se publicó en 1927, aunque antes se habían escrito otros
sobre las RRPP que se basaron en lo ocurrido durante esta guerra. Este es un
elemento fundamental porque las estrategias que aprendieron del comportamiento
de los medios en una guerra para movilizar a las masas o, más específicamente,
para lavar los cerebros, los usaron después con la sociedad civil. Después,
progresivamente, los medios han ido evolucionando, en situaciones tanto de
guerra como de paz, hasta llegar al punto más representativo que fue el
comportamiento de los medios en el atentado de las dos torres fue
fundamental.
-¿Y cuál es el resultado de esa
evolución?
-Que se ha extendido la parte de excepción en el Estado
de derecho. Cada vez son más habituales las situaciones de excepción que hace un
Gobierno sobre el Estado de Derecho. Si nos fijamos en EEUU, en la guerra contra
el terrorismo, su comportamiento se basa en un conjunto de excepciones: respecto
a la libertad de expresión, a la libertad de prensa y, finalmente, a la libertad
de movimiento de los ciudadanos, todo ello justificado por la mayor parte de los
medios.
-Incluso la vulneración del derecho a la
privacidad.
-Esto ha sido el resultado del desarrollo de las
tecnologías, que ha traído consigo una nueva doctrina basada en el fin del
derecho a la intimidad, a la vida privada. Es la llamada “doctrina de Facebook”.
De los dueños de Facebook, más bien. Basta con leer las publicaciones que han
salido al respecto. Para ellos no hay duda de que vamos hacia sociedades donde
el derecho a la privacidad es una utopía. Y es aquí donde se desarrollan estas
nuevas estrategias de comunicación de los Estados y de los actores del
mercado.
-En este último libro, usted dice que fue volviéndose más
laicista a medida que iba adquiriendo mayor conciencia social. ¿Esta conciencia
la obtuvo gracias a sus propias experiencias vivenciales o una formación
teórica?
-Gracias a mi trayectoria. Fue todo lo que viví durante los
tres años que estuve en contacto con la Unidad Popular, en Chile, donde mis
compañeros y yo vimos, claramente, la importancia de los medios para construir a
la oposición. El Mercurio (periódico chileno) fue el verdadero constructor del
intelectual colectivo opositor. Cuando Allende fue elegido presidente, la
portada de este diario se vanaglorió de ser el Times de América Latina. El día
antes del golpe de Estado de Pinochet, esta portada no era más que un cartel, un
afiche, con fotografías, y apenas sin texto.
El segundo factor de
influencia de este diario es que los opositores de Allende no sabían qué hacer,
estaban desorientados. Pero a medida que la oposición fue ganando terreno, los
editoriales de este periódico consistían en apuntar contra diferentes
colectivos: un día los médicos, otro las enfermeras, los ingenieros, los
trabajadores del cobre… Hasta que se formó un frente, desde dentro de cada
profesión, para oponerse a Allende. Los editoriales tuvieron un verdadero efecto
llamada hacia la movilización contra Allende. Lo que hay que
reconocerle a la Unidad Popular y al propio Allende es que siempre respetaron la
libertad de prensa y de expresión, tal y como se expresa en la Constitución,
bajo el control de la clase dominante. Y esta libertad de expresión se
convirtió para los opositores en una libertad de sedición. Para mí esta
experiencia fue básica para poder entender a los medios de comunicación como
organizadores colectivos en tiempos de crisis y de paz, aunque en la paz se note
menos.
-En la época de las dictaduras latinoamericanas de
los años 60 y 70, se valieron de asesinatos, torturas, desapariciones y una
represión feroz para imponer el capitalismo como sistema económico. ¿Hoy también
podemos hablar del neoliberalismo como de un sistema genocida o es ir demasiado
lejos?
-Efectivamente, hay una línea de continuidad, aunque como
cuentan con otras tecnologías, se da un fenómeno en el que a la vez hay
continuidad y ruptura. Por eso han redefinido su doctrina militar a partir de lo
que llaman el soft power, el poder blando. Las prácticas de tortura, por
ejemplo, son igual de drásticas que antes. Aquí está la contradicción de Europa,
que deja sobrevolar aviones con presuntos terroristas para que sean torturados
en países donde sí es legal, lo que recuerda una historia que no queda tan
lejos, como es la de los vuelos de la muerte en Chile, Argentina… En toda
Latinoamérica. En ese sentido, creo que no han cambiado, sino que continúan con
sus prácticas represivas sin apenas ninguna protesta social. Esto es lo que
trato de demostrar en un libro que publiqué en 2009 llamado El Mundo
Vigilado, donde parto de la Guerra Fría hasta llegar a las estrategias de
Bush, para acabar comprobando cómo las prácticas de hoy son hijas de las de
ayer. Los gobiernos siguen sin preocuparse por los Derechos Humanos más que en
su discurso. Es más, hoy en día se tortura en nombre de la
democracia.
-En el libro también cuenta que en el movimiento obrero
del Chile de los años 70 faltaba una cierta reflexión sobre qué hacer con los
medios de comunicación populares o cómo crearlos al margen de la teoría de la
comunicación. ¿A qué se debía ese vacío?
-Creo que la herencia de la
izquierda mundial en aquella época fue que los obreros pensaron que con la
nacionalización de los medios se arreglaba todo además de esa marca de la teoría
de la agitación y de la propaganda. Y esto, en realidad, no resultaba en Chile,
donde ya estábamos viviendo en una democracia de masas y teníamos la cultura de
masas que nos merecíamos. Michelle, mi compañera, junto con otra compañera
argentina, investigaron sobre cómo recibía la gente lo que emitía la televisión.
Y concluyeron que cuando echaban una telenovela, como Simplemente María, o una
serie como Misión Imposible, la gente se debatía entre quedarse a ver la
televisión o asistir a la reunión del sindicato o del barrio. Es un ejemplo muy
sencillo para entender que la cultura de masas no estaba a nuestro favor. De ahí
el libro del Pato (Para leer al Pato Donald, 1972). El Pato no puede entenderse
sin este contexto.
-Respecto a ese libro, Para leer al Pato
Donald, una de las críticas que les hicieron a Dorfman, su coautor, y a
usted fue que no analizaron cómo recibía la gente estos mensajes, sino que se
centraron en el emisor.
-Es que no nos interesaba la parte del
receptor. Queríamos investigar al emisor, especialmente en Chile, donde se
usaban los cómics para alienar a la población. Por ejemplo, hablaban de un
dictador, sin decir cómo o quién era. Si hacemos una lectura desde el punto de
vista de la oposición, el dictador solo podía ser una persona:
Allende.
-Dado que la gran mayoría de los medios de comunicación
abordan la realidad desde el punto de vista del que manda, qué hace usted para
informarse?
-Vuelvo a lo que le he dicho antes, mi matriz de
pensamiento crítico frente a este mundo de la tecnología me viene de una
experiencia histórica, lo que me ha hecho ser escéptico frente a lo que me
cuentan. El problema es saber defenderse individual y colectivamente.
Colectivamente comienza a haber alianzas, aunque de manera progresiva.
Individualmente yo en Francia, por ejemplo, sólo veo una cadena de televisión:
el canal Arte. El problema es que los canales interesantes son los
llamados culturales que también tienen un aspecto elitista, aunque en realidad
es falso que el pueblo no puede escuchar o entender lo que se llama la gran
cultura. A veces, cuando miro la evolución de las orquestas en Venezuela
de música clásica y cómo los sectores populares se han podido apropiar de este
tipo de música, me emociono. Me emociona muchísimo ver que estas orquestas
intergeneracionales de Venezuela se retransmiten en una cadena francesa, porque
contradice a aquellos que dicen que la música clásica es únicamente para la
vieja historia occidental.
-Ahora que ha nombrado Venezuela,
¿cree que los opositores al chavismo están orquestando un golpe de
Estado?
-Fuera de todo juicio, y sin caer en teorías de
complot, creo que hay un plan del Pentágono y del Departamento de Estado de EEUU
para derrocar y terminar con el régimen chavista, aunque la situación no sea
comparable con lo que hizo Pinochet en Chile. Fuera de todo juicio subjetivo,
¿eh? A Estados Unidos le molesta que gobierne el chavismo en Venezuela desde un
punto de vista geopolítico. Pasa igual con otros países. Creo que es
una nueva guerra en contra de lo que ellos llaman el retorno de la subversión
contra EEUU. Es evidente que han repensado esto e, incluso, cada vez tienen más
estrategias de uso de las nuevas tecnologías para participar activamente. Cuando
Hillary Clinton era jefa del Departamento de Estado ya dijo que EEUU iba a
prestar su ayuda a la oposición, no solo en China sino en cualquier lugar donde
las medidas políticas no correspondan con su esquema geopolítico. Lo que
ocurre es que todos los grandes medios occidentales se han puesto de acuerdo
para condenar al Gobierno de Venezuela pero no al estadounidense. No quieren
contar que Estados Unidos está acorralando a los diferentes gobiernos que, por
diferentes motivos, no les gustan.
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