Manuel Orestes Nieto
La desaparecida Zona del Canal -aquel
territorio de algo más de mil cuatrocientos kilómetros cuadrados segregado de
la soberanía panameña, como un país dentro de otro y que partía en dos el
delgado istmo donde se unen los mares- fue por casi un siglo una imposición
norteamericana para el dominio de una de las rutas más importantes de la tierra
y asegurar, además, que los mares en ambas costas de su inmenso país estuviesen
conectados por una vía que les garantizara seguridad y presencia militar de
tierra, mar y aire, en las orillas del Canal. Para ello, se enclavó la
estructura colonial y en nuestro país, ubicado en el centro mas angosto del
continente americano. Fue la fuerza imperial en expansión en el cruce de dos
siglos que aseguró su supremacía como potencia mundial. En ello no hubo límite
ni escrúpulos.
La eternidad de una ocupación fue
plasmada en un tratado firmado en la nocturnidad y consumada por el gran
garrote (“Big Stick”) de Roosevelt. Ello les permitió entrar a Panamá, poseer
la vía interoceánica, infectarla de bases militares, estacionar en sus riberas
el Comando Sur, la Escuela de las Américas, tener el dominio de aeropuertos,
puertos, policía, jueces, cárceles, escuelas, hospitales, transportes y
ferrocarril. Fue como tragarse un país o hacer una amputación geográfica.
Fuimos, desnudamente, su colonia. Fue ofensiva la cerca que dividía aquel
paraíso del Panamá pobre, dependiente y con gobernantes proclives a satisfacer
los deseos de Washington, incluyendo el visto bueno de quien se sentaba en la
silla presidencial. Era, en efecto, una caricatura de país.
La eternidad no fue tan eterna. Duró
los casi cien años de todo el siglo XX. La historia tiene lecciones asombrosas
y llenas de heroicidades. En la república intervenida y vejada en su
cuna, el panameño aún en desventaja, discriminado, prostituidas sus mujeres por
una soldadesca que por oleadas entraba a las ciudades terminales, expresó de
múltiples formas que esa ocupación era una inadmisible vergüenza nacional. Los
panameños fuimos ganando conciencia a lo largo de los años de la aberración de
esta opresión física y fuimos resistiendo el embate y la tropelía. El hilo que
une las luchas patrióticas por reivindicar los territorios usurpados, por integrar
el país y reclamar los legítimos derechos históricos sobre el Canal y sus áreas
adyacentes, se puede apreciar desde el nacimiento mismo de la república, cruza
por las muertes a mansalva y a bayoneta calada en octubre de 1925, se expresa
en 1947 con vigor y decisión al ser vencido el intento de ocupación total del
territorio mediante más bases fuera de la zona ocupada, las jornadas de los
cincuenta son admirables, se siembran las banderas de 1958 y emerge el
coraje de las generaciones estudiantiles que habrán de desembocar en la avenida
de los Mártires que se incendia en la explosión popular de 1964; una tea que
prendió el corazón inmaculado del país y entregó a 22 de sus hijos e hijas y
más de 500 heridos, en un punto de la historia ya sin retorno: Panamá evidenció
con sangre noble su decisión histórica de ser una patria sin intrusos en
nuestra tierra.
Esa lucha de sucesivas generaciones
constituye el eje central del siglo XX, hasta el radiante mediodía del 31 de
diciembre de 1999, cuando se cumplen los Tratados Torrijos-Carter y se concreta
el fin de una larga espera de más de 22 años.
En un país sometido, las castas
económicas terminaron siendo rémoras del sistema colonial dominante. Un mundo
cipayo y servil colapsó a finales de la sexta década del siglo pasado. Ocurrió
Omar Torrijos. Él supo interpretar correctamente el sentimiento profundo y
arraigado del país partido. Con Torrijos aquellos vientos que siempre soplaron
la nave patriótica, aquella voz de la sangre, las vejaciones raciales que nos
impusieron, los letreros de no entrar a un pedazo de tu tierra, se convirtieron
en un objetivo nacional que derrumbar y resolver para siempre. Y esa fue la
determinación inquebrantable, la maduración y el cuajado de lograr una solución
liberadora para nuestro país.
Las negociaciones pacíficas que Omar
Torrijos impulsa en los años setenta para zanjar las severas contradicciones,
son un aporte excepcional para resolver lo que ya era una situación
insostenible. La dignidad no estaba en venta. Omar Torrijos se propuso
conquistar el Canal y dar por terminada la presencia colonial directa en
Panamá. Pacíficamente, sin muertes innecesarias, con paciencia y junto a su
pueblo. Así se libró el tramo final por la conquista de nuestros derechos
sobre la franja canalera.
Las armas de un militar patriota como
él fueron las razones históricas, las exhaustivas explicaciones de que la
ocupación del país era injusta y ganar la voluntad de dirigentes
mundiales, peregrinar, dialogar, negociar y no renunciar a lo fundamental: los
Estados Unidos debían entregar el Canal, cerrar todas sus bases militares y
extinguirse la colonia. Y eso se logró, con el liderazgo nacional,
latinoamericano y mundial de Omar Torrijos.
Los Tratados Torrijos-Carter son
el resultado de las negociaciones diplomáticas para concretar la
descolonización gradual y definitiva en nuestro país y el retiro de un ejército
de ocupación.
Ciertamente, James Carter -con moral
y decisión que le honran- constituye una pieza clave de esa reparación
histórica. El último gobernador y el último soldado partieron y la patria
amaneció libre, soberana, sin amos, asumió Panamá su destino, integró todo su
territorio y tomó posesión y control del Canal de Panamá y, con ello,
cristaliza su independencia.
Hace 16 años, el Canal es panameño.
Nuestro pueblo guarda sentimientos de gratitud muy arraigados por el legado
patriótico de Omar Torrijos. Hoy el país tiene un motor poderoso para lograr su
desarrollo, además de un Canal ampliado más rentable. El mayor uso colectivo posible
que indicó Torrijos, es aquel en que las ganancias de la empresa canalera se
destinen a vencer la pobreza y las inequidades, los atrasos, la falta de
oportunidades y las exclusiones que padecen aún decenas de miles de panameños.
Reconocer -en el presente- su recia e
inquebrantable convicción de entrar al Canal, la creatividad e inteligencia
nacional convocada para lograr esa meta y rendirle homenaje porque la ruta
seguirá siendo vital para los panameños y la humanidad, es no sólo justo sino
sobradamente merecido.
Las jóvenes generaciones tienen el
derecho de conocer lo que fue ese siglo de luchas y sacrificios y que Torrijos
culminó con un éxito histórico tal que transformó la naturaleza misma de
nuestro país para siempre. Y ahora depende de nosotros, de nuestras decisiones,
que tienen que contar siempre con el factor determinante: el pueblo de Panamá.
La iniciativa promovida la Fundación
Omar Torrijos para que una esclusa de la ampliación próxima a inaugurarse en el
mes de junio, lleve el nombre de Torrijos-Carter genera memoria histórica y es
también un reconocimiento y homenaje a lo que se propuso e hizo el general Omar
Torrijos Herrera: enarbolar las más nobles banderas de la dignidad para que el
canal y toda la tierra de su entorno nos pertenezcan y hacer realidad nuestra
real independencia.
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